jueves, 8 de julio de 2010

De viaje

El caminante va a dejar la carretera de Santa Catalina para ir unos días a Salamanca. Acudo allí por razones de suegralidad o, mejor dicho, de cuñalidad porque mis suegros, desgraciadamente ya murieron. Pero no por eso mis cuñadas dejaron de decirnos que no se nos ocurriera, a mi mujer y a mi, dejar de ir a la casa. Como se que nos reciben con gusto, les hicimos caso y así podemos estar en la que, sin duda, es la ciudad más bonita de España, con los gastos pagados, a pensión completa y con la mesa puesta. Dijo Santa Teresa que llegaría un día en que en Salamanca no habría más que conventos y tabernas. Ese día ya ha llegado y yo visito unos y otras con idéntica devoción.

No me gusta viajar. Me refiero al viaje propiamente dicho porque, una vez que estoy en el destino, me alegro de haber ido aunque siempre con la vista puesta en la vuelta a La Alberca. No siempre ha sido así. Antes me gustaba la parafernalia de reservar hotel, maletas y equipaje y estudiaba concienzudamente el camino y hasta llegaba a llevar una especie de "hoja de ruta". De todas formas, ayer lavé el coche, ajusté la presión de los neumáticos y eché carburante en la gasolinera de Algezares, algo más allá de la carretera de Patiño, hermana paralela a la de Santa Catalina y también cruzada por El Reguerón aguas abajo. Hoy me he levantado temprano, para estar listo "cuando suba la marea" y aún me da tiempo a apuntar en este blog.

El camino de Murcia a Salamanca lo sé perfectamente por haberlo recorrido muchas veces. Puedo prescindir del GPS pero no por eso dejo de echar una ojeada a los mapas y ver la intrincada red de carreteras en el entorno de Madrid, cosa que a a los pueblerinos nos causa respeto. Como viajo poco, me permito el lujo de tomar las autovías de peaje, en concreto la AP-36 y la R-4, esas que dice mi mujer que han hecho para mi por su poco tráfico. Pero me gusta esta tranquilidad, poner el coche a no más de 131, oír el ruido del motor y el de rozadura de los neumáticos ("son mi música mejor aquilones, el estrépito y temblor de los cables sacudidos, del negro mar los bramidos y el rugir de mis cañones" decía el capitán pirata en su Canción) y parar para las necesidades fisiológicas en áreas de servicio que nunca han conocido aglomeraciones ni bullicios.

Al paseante le gustaría ir ligero de equipaje, no casi desnudo como los hijos de la mar, pero si con solo un pequeño bolso. Pero ya están preparadas un par de grandes maletas y bolsas y cajas y paquetes. Por si fuera poco, tenemos que acudir a una boda por lo que hay que llevar guapos y quincallería. ¿Que quién se casa? Pues no lo se exactamente ni se a ciencia cierta el parentesco que me une a la novia. Así lo dije en otra boda anterior. Cuando el taxi nos dejó en la puerta de la Universidad, en cuya capilla se celebraba el acto religioso, yo me quedé pagando y el taxista me preguntó:
-¿Quién se casa? ¿Alguien del barrio?
- Pues mire usted, si quiere que le diga la verdad, no lo sé. A mi me han traído aquí y lo que me echen.

Luego del banquete, fue lo del barquito surto en el Tormes. Pero eso es otra historia que quizás cuente algún día. Pero tengo claro que en esta boda no dejaré que me pase nada parecido.

1 comentario:

  1. No olvides poner presión al aire acondicionado. Que te sea leve la boda. En la última que estuve hubo misa con homilía larga y con muchas lecturas y coros. Muy bonita, pero duró más de una hora. Buen viaje y enhorabuena por el blog Manuel.
    Un abrazo
    Fernando

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