jueves, 12 de septiembre de 2013

La lista.


Pudiste ver la cabeza del Dictador, clavada en una pica, en la explanada del que fue su palacio. El populacho la rodeaba, con burlas y carcajadas. No te gustaban estas cosas pero comprendías que la Revolución tenia un inevitable lado oscuro. Hubieses preferido un juicio, aunque solo fuese un simulacro. Sabías también que, en los calabozos habilitados sobre la marcha, un grupo de colaboradores del régimen caído esperaba el fusilamiento de mañana. El Líder tuvo buen cuidado de anotar sus nombres en los distintos momentos de la lucha y te habías dado cuenta de como guardaba la lista en un bolsillo de su guerrera.

Tu eras una especie de ideólogo y aunque empuñaste el fusil codo a codo con él, representabas el ímpetu de construir una sociedad nueva, pacifica e igualitaria. Y era en ésto en lo que debías pensar y no en los desgraciados que, irremisiblemente, morirían al amanecer. Querías hablar, antes de irte a dormir, con tu compañero y jefe. Había que ir pensando en constituir, con urgencia, una especie de gobierno provisional.

Camino de su improvisado despacho, te dejaste seducir por algunas ideas de gloria. Era justo que ahora ocupases un puesto elevado. Llamaste a la puerta y no contestó nadie. Con la confianza de los años compartidos, entraste en el despacho. Te diste cuenta enseguida de que el Líder había dejado la lista negra olvidada sobre la mesa. La cogiste con curiosidad y, de pronto, reparaste que el primer nombre y apellidos eran los tuyos. Soltaste una risita pensando que era una broma de mal gusto.

Pero no te dio tiempo a reaccionar. Los cinco hombres que te buscaban irrumpieron de golpe en el despacho. Te inmovilizaron, te ataron las manos a la espalda y te vendaron los ojos. Intuiste que la venda no te la quitarían hasta mañana, después del tiro de gracia. Pero, antes de quedarte ciego para siempre, pudiste ver entre tus captores a tres miembros de la odiada policía política. Entonces comprendiste lo torpe que habías sido y que tu error no tenía ya solución.

viernes, 6 de septiembre de 2013

El pozo.


- Hemos encontrado carne - te comunicó lacónicamente la pareja de la Guardia Civil. La alarma había empezado aquella mañana, cuando una vecina te dijo que N. no aparecía y la puerta de su casa estaba abierta de par en par. Los voluntarios y los tricornios acaban ahora de encontrar su cuerpo ahogado en un pozo. Supieron que estaba allí por un innecesario paraguas apoyado en el brocal.

El juez llegó al pueblo en plena chicharrera de la siesta. Era muy joven y posiblemente fuera su primer levantamiento de cadáver. Con unas cuerdas, sacasteis a N. El juez, inexperto, te dejó hacer. Tu fingiste un reconocimiento pero, en realidad, buscabas el papel del trato. Cuando lo encontraste, mojado en un bolsillo, no te fue difícil guardarlo sin que nadie lo notara porque todos se habían ido a la sombra de un árbol.

35 años después, has vuelto al pueblo. Ahora tienes que cumplir tu parte de aquel trato. Vienes con bastón porque tus caderas están renqueantes. Has invitado a los pocos conocidos que te preguntan por J. Les dices que murió hace un mes, que no hubo hijos y aparentáis una lástima transitoria. Tu te callas que las noches en la alcoba fueron de insomnio y de remordimientos. Y cuando pagas, recuerdas como N. te dejó vía libre porque J. lo prefería a él a pesar de su insanía.

El camino hasta el pozo fue penoso, con tus caderas desencajadas. Como hace 35 años, los barbechos te arañan las piernas por debajo de los pantalones. Tienes que hacer un alto que aprovechas para mandarle a aquel juez un breve correo explicativo con la BlackBerry. Luego dejas el bastón apoyado en el brocal, lees el viejo papel y la segunda cláusula del trato: "Si J. muere antes que tú...". Dejas el papel pisado con la BlackBerry también sobre el brocal. A pesar del calor, el golpeteo con el agua te resultó terriblemente frío.