domingo, 17 de abril de 2011

Más bajo no se puede caer.

Supongo que sería gracias a los invitados a una boda civil por lo que pude hacer las fotos en el vestíbulo del ayuntamiento de Alicante. Así que grito el ¡¡VIVAN LOS NOVIOS!! de rigor y, aunque desconocidos para mi, les deseo larga, feliz y fructífera vida, en común o por separado que éso es otra historia. Porque la excursión matutina de sábado era para fotografiar la placa que indica el nivel 0 de las mediciones altimétricas de España. Más bajo no se puede caer.
Siempre me ha gustado ver esas placas metálicas que hay en las estaciones del tren y en algunos edificios oficiales que indican la altitud del lugar. Y en ellas dice claro que esta altitud está referida al nivel medio del mar en Alicante. Pero éso del nivel medio del mar en Alicante me parecía, más que un accidente geográfico tangible, una entelequia propia de los intelectuales y visionarios que, como José Arcadio Buendía en Macondo, siguen afirmando que la Tierra es redonda como una naranja. Sin embargo, hace poco me enteré por un blog del cual también he olvidado título y autor, de que en la escalera del ayuntamiento de Alicante hay, para quien quiera verla, una placa que es el origen de las mediciones altimétricas, el nivel 0 físico, el que se puede ver y tocar. Y ¿cómo es posible que lleve casi 30 años por tierras levantinas y hasta ahora no me haya enterado de semejante maravilla? Pragmáticamente, no es cuestión de preguntarse los por qué sino de enderezar el entuerto. Cosa fácil ya que a tan solo 70 km. está el destino.


Ya mi padre me llevó de niño a ver la placa, en el suelo de la Puerta del Sol madrileña, que indica el kilómetro 0, el punto de origen de las carreteras españolas. También he visto una línea dorada colocada justo por donde pasa el meridiano 0. Tuve que ir a Greenwich para conseguirlo y poner un pie en cada hemisferio. Pero realmente, de aquella excursión, me interesó más visitar el Cutty Sark, colocado en dry dock, ya que el nombre era compartido con un whisky de los que me gustaban antes de que ¡ay! tuviese que dejar de beberlos. Y ya está. Me queda por visitar el Polo Norte y cruzar el Ecuador sensu stricto. Pero ésto ya lo veo difícil. He comentado en este blog que quedé apalabrado con Saint-Exupéry para ir a visitar al farolero del Polo Norte pero que no pudo ser porque tuve que vender mi Junkers trimotor para pagar la hipoteca del dúplex. Respecto a cruzar el Ecuador, por lo que veo en los mapas, queda bastante lejos tanto en América como en África. Cruzarlo por el Océano no me apetece ya que, según he leído, la costumbre es tirar al agua por la borda a los que lo pasan por primera vez, a modo de broma de mal gusto. Y eso, repito, suponiendo que la Tierra sea redonda. Que yo sepa, no hay más puntos geográficos de interés porque los trópicos son más difíciles de precisar por donde pasan exactamente y, además, me basta con decir que en Murcia suele hacer una temperatura tropical y que he leído los dos Trópicos de Henry Miller que no hay que confundir con Arthur, el que se casó con Marilyn y no me invitó a la boda.


Por todo éso me puse muy contento con esta sencilla y cómoda excursión de mañana sabatina que me llevaría hasta la cota 0. Y de que estuve allí, queda constancia en la foto que se pudo realizar sin disimulos ya que los invitados a la boda civil se retrataban unos a otros con ahínco. Así que vedme donde me gusta estar, colocado donde la ramplonería y el pecado tienen su asiento. Más bajo no se puede caer. Pero me queda una desazón técnica. La placa de bronce, colocada a la altura del tercer peldaño de la escalera, tenía -lógicamente- una inscripción lapidaria que podía leerse con cierta dificultad por el desgaste de los muchos frotes con Don Limpio, antes Mr. Propper. Y esta inscripción decía algo así como que ése era el origen de la nivelación de precisión pero que, a su vez, estaba a unos 3 metros de altitud sobre el nivel del mar. ¡Y dale con el nivel del mar! Pero ¿dónde está ese nivel del mar? ¿Dónde el 0 absoluto, el de la ramplonería y el pecado, el círculo más interior y profundo del Infierno del Dante? Y, para colmo de desdichas, justo en la base de la escalera, hay otra pequeña plaquita dorada que luego supe que era la primera de las líneas de nivelación que antaño iban por las vías del tren. Pero como todo ésto no hacia más que calentarme la cabeza, decidimos dar por terminada la misión, irrogarme la cualidad de ramplón e irnos a tomar café en una grata terraza de la fachada porticada de la plaza donde, cumplida la ley, se puede fumar.
Posiblemente, ya nunca vaya al Polo Norte ni cruce el Ecuador. Quede ésto para trotamundos, viajeros entusiastas y jóvenes ilusionados. Quede para los altruistas, los filántropos y los que van allí para hacer lo que se puede hacer aquí. Me queda esta satisfacción de la placa del nivel 0 y la importantísima misión de hacerme con algún cachivache que mida la altitud de aquellos puntos que me son próximos y gratos. He repasado todos los gadgets de los que dispongo y ninguno parece dar semejante prestación. Pero sí puedo constatar y dejar constancia de que las coordenadas de mi casa son 37º 56’ 13” N y 1º 8’ 7” W, las de mi Centro de Salud 37º 56’ 27” N y 1º 8’ 43” W y que  el Bar Marilin está a 37º 57’ 10” N y 1º 8’ 13” W. Imposible perderse. Y este triángulo se puede recorrer a pie, en saludable paseo y con unas diferencias de altitud no mensuradas hasta hoy pero soportables teniendo en cuenta que estamos ya en las estribaciones de la Costera Sur.
Y por si ésto fuera poco, me han llegado referencias de un restaurante popular que está camino de Orihuela por la carretera de Beniel, cerca de los Mojones del Reino. Allí, aparte de recorrer un paisaje precioso, se come en Alicante y se aparca en Murcia. Y siendo ésto tan curioso y tan barato ¿qué necesidad hay de ir al Polo Norte?

martes, 12 de abril de 2011

El Cortijo del Fraile

Sin pasar por la carretera de Santa Catalina, ya que no había necesidad geográfica ni cartográfica, nos fuimos de excursión a la zona de Níjar y el cabo de Gata. Hasta allí, hay algo más de 200 km. lo que ya justifica la pernocta in situ. Son diferencias conyugales que se han mostrado perfectamente salvables. Mi mujer es amiga de giras familiares que incluyen el bocadillo campestre para volver a la caída de la tarde, cansados pero felices, en todo caso, aperreados. Yo, en cambio, prefiero la buena comida, el hotel, la siesta, la vida nocturna lugareña y regresar a la mañana siguiente con la fresca. Tácitamente hemos establecido un límite de 100 millas a la redonda, traspasado el cual, ya me es dado poder reservar una habitación. En este caso, cumplido el requisito legal, la noche se pasaría en San José. De todas formas, escogí un hotel mesocrático y económico pero con desayuno incluido y buen restaurante. En la discreta habitación me llevé la grata sorpresa de que junto al water había una escobilla, cosa comentada en la entrada anterior de este blog. Más aun: el lavabo era sencillo y exento, sin ese reborde marmóreo que hace las veces de recogemierdas, de superficie para minicharchos donde se rehoga la pastilla de jabón y de recogegallinazos de espuma de afeitar. Llenos, pues de satisfacción y correctamente aseados, nos vestimos de guapo para cenar. En una mesa larga de al lado, un grupo de ingleses aparentemente unidos por un nexo religioso, comían y bebían morigeradamente.

Sin embargo, el objetivo del viaje (porque todo viaje debe de tener un objetivo y si no lo mejor es quedarse en casa) no era gozar de este sensato hotel. Se trataba de visitar el Cortijo del Fraile. Vine al conocimiento de éste leyendo un blog al que llegue por las casualidades de Internet y del cual, a pesar del favor que me hizo, he olvidado título y autor. Me atrajeron poderosamente estas ya cuasi ruinas y más cuando me enteré del crimen pasional al que están unidas, el que sirvió de inspiración a García Lorca para sus “Bodas de Sangre”. El hecho de que, tanto el cortijo como los campos y pueblos de la zona,  hayan servido de escenario para muchas películas “del oeste”, le puso ya la guinda al pastel. Así que, pasado Los Albaricoques, en cuya era se rodó el duelo final de “La muerte tenía un precio”, se toma una pista de tierra y recorriendo paisajes de extrema belleza, se llega hasta el cortijo. Aquí hay que pararse un buen rato y pasear con calma por fuera y por dentro aun a riesgo de que se te caiga un cascote o una viga en la cabeza.

Pero sobre todo, mientras se van haciendo las fotos de rigor, debe uno imaginarse como sería la vida hace 100 años en un lugar así. Vida, sin duda, miserable y dura. Muchos jornaleros, muchos sirvientes para un amo. Días anodinos que pasaban uno igual a otro, con mucho trabajo y ninguna esperanza. Y, dentro de éso, afortunado el que tuviera la comida y un camastro para dormir asegurados. Pocas alegrías y si acaso aquella boda desafortunada que terminó con sangre. Hay que imaginarse este viento inclemente y pertinaz soplando en los oídos ideas disparatadas y malos pensamientos. He leído, buscando información, que hay protestas por el estado de abandono del Cortijo del Fraile que sigue siendo propiedad particular. No sé. Quizás sea mejor así. Disfrutar la visita mientras podamos y luego la ruina total y el olvido. Su intrínseca naturaleza, de señoritos y siervos, es, afortunadamente, impensable en la actualidad. Queda que el político culturilla  y el mecenas coca-cola, ensanche y asfalte las pistas de tierra, restaure el edificio y coloque enfrente la cafetería-restaurante “Bodas de Sangre”. Así podrán llegar hasta él las bandadas de domingueros, los autobuses de la tercera edad y las excursiones escolares para disfrutar de esos tediosos dioramas y de esas plúmbeas presentaciones audiovisuales donde se les enseña todo a los carentes de imaginación.
Yo he tenido la suerte de conocer el monumento antes de su total ruina física o de su ruina espiritual de chiringuito animado, de recorrerlo detenidamente coincidiendo con una simpática pareja de jóvenes que llegaron en bicicleta, de rezar desacralizadamente en la destartalada capilla por jornaleros y señoritos, por monjes y pecadores, por asesinos y víctimas, por el malo, el feo y el bueno, de fantasear con los fantasmas, de preguntarme que cuerpos ocuparían esos nichos hoy vacíos y aterradores, de detenerme ante la escalera que subiría a alcobas de deseo y de fumarme un cigarrillo pausado a su sombra mirando piedras descarnadas y grietas amenazantes.
Luego el chico de la bicicleta sacó de la mochila el mapa, lo orientó como buen trotamundos y me señaló con la mano hacia el este. Por allí tuvimos que coger la pista que, ahora de más piedra que tierra, nos llevó hasta las minas de oro de Rodalquilar y, ya por carretera, hasta San José y su hotel mesocrático.Y a la hora de la cena, me apliqué a la carne y al vino olvidándome de los fantasmas, de las novias infieles y de los cazadores de recompensa, tipos duros que pueden fumar y disparar al mismo tiempo, porque tampoco hay que darle demasiadas vueltas a las cosas. Pero como la carne y el vino nos llevan al egoísmo, tengo un último recuerdo antes de dormir para los médicos que fueron al Cortijo del Fraile, para los que recorrieron en caballerías aquellos caminos, para los que atendieron -quiero pensar que por igual - al amo y al criado. Y también para los de ahora, posiblemente con malas condiciones de trabajo, sobresaturados, burocratizados y con los mismos vientos de desesperanza soplando en los oídos. ¡Ánimo, compañeros! les dije. Y me dormí.

martes, 5 de abril de 2011

De la escobilla del water y otras guarrerías.

Creo como cosa cierta que existen cuerpos gloriosos en este mundo. En el venidero, lo serán todos aquellos hallados buenos en el Juicio Final. Pero aquí, en la vida mortal, solo unos pocos están eximidos de ciertas miserias y sinsabores. El resto está sujeto a las flaquezas de la carne corruptible y a los intrincados mecanismos fisiológicos por los que está carne sobrevive hasta la hora de su muerte. Más aun: lo que es estrictamente fisiológico hace su cometido. Pero luego la inteligencia del hombre y su sentido social se ven obligados a ir más allá, a implementar (como quiere el palabro que a mi, personalmente, se me torna un tanto arisco) medidas que limen y pulimenten lo que la naturaleza dejó un tanto sin ultimar. Ya en este blog se hablo en una ocasión de los cuartos de baño, posiblemente, junto con la cocina, las dos más útiles estancias de las casas, los dos sitios en los que aquello que es intrínsecamente feo y desagradable, se convierte en arte, belleza y objeto del deseo.
Justo es ahora que dediquemos esta entrada a un adminículo del que no se trató en aquella entrada. Me refiero a la escobilla del water. Objeto humilde donde los haya, dedicado a una enojosa y sucia misión y por ello muchas veces injustamente denostado. Repito que hay cuerpos gloriosos que se jactan con razón de no tener que utilizarla pero la inmensa mayoría - creo - estamos sujetos a la servidumbre de su uso. El caso es que yo no recuerdo que la tal escobilla existiese en mi casa cuando yo era niño. Tampoco la recuerdo en los cuartos de baño comunales del colegio de los jesuitas, ni siquiera en los pisos compartidos de estudiante de medicina. Debía existir, supongo que existiría pero el caso es que yo no la recuerdo. Hete aquí que estamos ante algo que, en la actualidad, es absolutamente imprescindible y omnipresente y no puedo decir cuando la vi y la usé por primera vez.
Como la madurez me permite saber por donde va el mundo y lo malo que es en bastantes ocasiones, he llegado a la conclusión de que la escobilla del water irrumpió en los cuartos de baño cuando el llamado servicio doméstico empezó a gozar de ciertos derechos. Los pobres ya se sabe, son pobres y no entran en detalles. Pero la clase acomodada no debía de limpiar la taza del water dejando esta labor y la mayor o menor cantidad de mierda adherida, a las sirvientes. Con la democratización de las costumbres, se vio como cosa natural que cada uno eliminase concienzudamente sus residuos. Y el Mercadona de la época diseñó la tan útil como igualitaria herramienta. Y así ahora la tenemos tanto en casa como en los aseos de distintos lugares públicos especialmente bares que son los que, con mayor frecuencia, sirven para aliviar los apremios inoportunos. Pero ¡ojo! sigue habiendo clases y detalles diferenciadores. Así constato que no hay escobillas en El Corte Inglés pero sí en los cubículos del Erosky. Y ¿qué es lo preferible?
Pues en el caso de El Corte Inglés y el Erosky la respuesta es irrelevante porque los usuarios son (y digo son ya que yo, afortunadamente, solo los uso para hacer menores) normalmente anónimos, absolutos desconocidos que se cruzan fugazmente. El drama está en los hoteles, en cuyos cuartos de baño no hay escobillas. Y aquí sí. Aquí es frecuente que estemos varios días (o noches según la jerga) con lo cual por una parte te haces más conocido y pasas a tener el nombre que aparece en la tarjeta de crédito y por otra parte hasta yo ¡ay! tengo que hacer mayores. Y ésto me provoca una verdadera crisis de identidad. En principio se supone que soy un huésped y que debo ser tratado como tal, ésto es, con todos los honores. Pero en mi credo social no consta que pueda dejar ciertas partículas de suciedad para que sean limpiadas por otra persona cualquiera sea su sexo, creencias o condición. Tampoco es cuestión de accionar repetidas veces la cisterna porque se malgasta la escasa agua. Así que me valgo de maniobras, cuya minucia escabrosa omito, para dejar las cosas a gusto de la gobernanta.
Y mientras escribo esta líneas me ha venido como un recuerdo vago de unas primigenias escobillas cuyo mango era de madera natural y las fibras tal vez de esparto. En todo caso, estaban dotadas de un orificio, en donde se anudaba un lazo de guita, lo que permitía colgarla de una alcayata o de un simple saetín. Ya hace bastante tiempo que no la veo así, pendulando en la pared, aunque la foto de los elementos baratos y a batiburrillo del Erosky hace pensar que sigue existiendo. De todas formas, puede verse que, incluso en los bares populares que me gusta frecuentar, ocupa su resignado puesto en un rincón pero dotada de un soporte que recoge las miasmas. Que el armazón sea de plástico, metálico o de fantasía es ya cuestión de gustos.
Dos consejos avalados por mi larga experiencia y savoir-faire. El uno que se eviten aquellas cuyo soporte se fija a la pared salvo para esos cuartos de baño que adornan bastantes casas y que se dedican “exclusivamente a los invitados”. Estos modelos son de más difícil limpieza, más inestables y de peregrino equilibrio por lo cual el mango suele quedar inclinado dando cierta impresión de desidia. Y el segundo es que no deben comprarse aquellas metálicas dotadas de una a especie de gavilanes de espada y con un extremo que se enrosca al cuerpo. Esta solución es deleznable y el extremo tiende a desenroscarse con los movimientos circulares que deben realizarse. Luego hay que proceder a la recomposición en una ingrata pérdida de tiempo.
Así que, señoras, caballeros, cuando den unos últimos golpes secos sobre el reborde de la taza del water con el fin de sacudir las últimas gotículas, tendrán la sensación y la satisfacción de la obra bien hecha.