lunes, 9 de diciembre de 2013

Sangre encebollada.



Desde la primera tarde que la vio, detrás del mostrador del restaurante económico, a David le gustó Nancy. Él tenía costumbre de ir a aquel sitio a cenar casi todos los días. Poco a poco, empezaron a tener una amistad de circunstancias. David se enteró pronto de que Nancy estaba casada desde muy joven con un compatriota y que tenían dos hijos que, de momento, seguían en su país. El marido era una especie de chico de los recados así que se le veía poco por el local. La mujer oficiaba en la cocina pero aparecía frecuentemente por la barra para traer y llevar las fuentes de comida que se mostraban en el expositor. Había aprendido a preparar como nadie la sangre encebollada, una de las especialidades de la casa.

Algunas noches, David coincidía con A., un hombre ya entrado en los setenta. A. miraba con lujuria a Nancy pero le reconoció a su amigo que ya no estaba para nada. Por eso le instigaba a él: “...tú que eres joven, tu que puedes, yo ya no tengo más remedio que conformarme con la sangre encebollada...” Nancy les servía el platito a los dos con una sonrisa insinuante, aquella tapa bizarra que tanto les gustaba e incluso la copa de vino.

Una noche, se les hizo tarde. Ya iban a cerrar el bar. A. sabía que el chico de los recados se había ido de viaje y no volvería hasta mañana. Fingió prisa y con una sonrisa entre ladina y siniestra, se despidió de David.
-¿Puedes acompañarme a casa? -le dijo enseguida Nancy, cuando ya solo quedaban encendidas las luces de emergencia- Hoy no está mi marido y no me puede llevar...

Hasta ahí recordaba David lo que pasó cuando, al anochecer siguiente acudió a la cita del restaurante económico. Estaba deseando volver a ver a Nancy pero, para su sorpresa, vio que el chico de los recados merodeaba por la barra.
-Me ha dicho mi mujer que ibas a venir y te ha preparado la sangre encebollada.
David encontró los trozos más pequeños y un color y sabor extraños pero no le dio mayor importancia. Él lo que quería era ver aparecer a la chica pero disimuló. Al rato, el chico de los recados le dijo:
-Pasa a la cocina. Nancy quiere hablar contigo

Pero no se detuvieron en los fogones y entraron hasta un cubículo que hacía de almacén con un gran armario congelador. El chico de los recados se paró ante éste y abrió la puerta. Nancy, terriblemente pálida y con hielo en el pelo y las cejas, tenía un tremendo corte en el cuello. David sintió de repente la terrible nausea y el gusto de la última sangre encebollada, aquella de sabor raro, le quemó la garganta y se le vino a las narices y hasta a los  conductos de las orejas. Quiso sacar la BlackBerry para llamar a la Policía pero el brusco tirón de pelo se lo impidió. En realidad, le dolió más éste tirón que el filo del cuchillo de matarife cortando sus yugulares, su traquea y su esófago. El informe del forense diría luego que el corte había interesado la cara anterior de la 5ª vértebra cervical. Pero David tuvo aun tiempo para preguntarse con ironía como le sentaría a A. la sangre encebollada de aquella noche.