martes, 20 de julio de 2010

La Dolores de Calatayud

Mi hijo mayor está de médico sustituto en el Centro de Salud de La Flota, donde hizo la Residencia. Y, también allí, de R1 está mi hija menor tutelada por el Dr. Francisco Agulló, excelente amigo y compañero a pesar de haber sido llamado a ocupar altas instancias. Hace un par de días, contaron al llegar que había otra compañera sustituta que es de Calatayud. Al oírlo, su madre y yo dijimos a duo y espantados: "¡¡No se os habrá ocurrido preguntarle por la Dolores!! El espanto conyugal requiere una explicación.

Otro buen amigo, éste de mi pueblo, contaba que, en su época del servicio militar, tenía un conmilitón de Calatayud. Hicieron amistad y un día le pregunto mi paisano al aragonés:
-Oye y si vas a Calatayud y preguntas por la Dolores ¿que pasa?
Y el aragonés contestó grave y sentencioso:
-Pues puede pasar que te den una hostia...
Como toda buena historia, la cosa acaba aquí, sin un final concreto. Nunca hemos sabido a ciencia cierta porque te pueden dar una hostia en Calatayud si preguntas por la Dolores aunque siempre nos lo hemos maliciado. Pero esta historia mil veces repetida, ha sido fabulada y la insigne hostia ha pasado a simbolizar, en la pequeña mitología doméstica, la bofetada bien merecida. En efecto, nada peor para un bilbilitano que llegue un gracioso de los que tienen la gracia en el culo como las avispas, en plan perdonavidas y, creyendo que por su cara bonita va a encontrar mujeres fáciles, pregunte por la Dolores.

Yo, desde la carretera de Santa Catalina, he planeado varias veces el viaje a Calatayud aunque no lo he llevado a cabo. Ahora es fácil pues la autovía te acerca casi hasta allí. Y estoy convencido de que si arribo respetuoso con la copla y con ese mismo respeto visito la ciudad e indago por el personaje y, como pide su hijo, le pongo flores en la tumba con humilde caballerosidad, no solo no me darán una hostia sino que me invitarán a brindar con el vino local.

La Dolores de Calatayud encabeza por derecho propio ese elenco de mujeres bravas, indómitas, de corazón ardiente, empujadas por los acosos de la vida y el destino, grandes amantes pero sujetas al desamor, de vida tortuosa y final trágico. Insignes representantes son también la hija de Juan Simón  que murió siendo buena, Mari Cruz, maravilla de mujer ("y aquel su cuerpo hechicero hizo a los hombres pecar"), Consolación, la de Utrera ("porque no tiene corazón, porque no quiere ni el perdón"), Trinidad Parrala ("y el que cayó herido dijo al expirar, por tu culpa ha sido Trinidad Parrala"), la Bien Pagá ("porque tus besos compré y a mi te supiste dar"), la Petenera ("te tenían que haber puesto la perdición de los hombres"), la Carmen de Mérimée ("mais si je t'aime, regardez toi"), algo peleada con su prima la Carmen de España pero "el fuego en las pestañas", les confiere un inconfundible aire de familia. Y más y más que ahora no recuerdo pero las citadas tiene la suficiente entidad como para hacer categoría.

Todas ellas forman parte del patrimonio inmaterial no se si de la humanidad pero, desde luego, si de España. Y cuidadín con malinterpretarlo o mal meneallo porque, quien lo hiciere, tiene bien ganada una hostia que le darán en cuanto ponga los pies en Calatayud o aquí mismo, en la carretera de Santa Catalina.

sábado, 17 de julio de 2010

Cruceros, lazarillos y bares.

He dejado por unos días la carretera de Santa Catalina para acudir a Salamanca donde está la familia política y donde hay que asistir a una boda. Al día siguiente de la llegada, me levanto temprano y, a las 8 de la mañana, estoy desayunando en el bar "Tres Carabelas". Allí hacen las tostadas en un tostador doméstico, esos en los que se entra el pan por una ranura y se ponen en marcha accionado una palanca lateral. Hay que salir pronto hacia Riocabado para fotografiar unos cruceros campestres que siempre me habían llamado la atención.

Así que conduzco por la moderna autovía que dejo en San Pedro del Arroyo y tomo la carretera de Sanchidrian, ya en la provincia de Ávila. No hay pérdida posible, no es necesaria ninguna guía: en su momento, ves cerca del camino, la impresionante nave de la iglesia y tres hermosos y austeros cruceros que posiblemente formaran parte de un Vía Crucis. Aparco el coche y me echo a andar por un camino de cabras. No es mucha caminata. En poco menos de diez minutos estás junto al sencillo monumento y en medio de uno de los paisajes más hermosos del mundo. Las cruces están ahí, en medio de la tierra de labor, sin nada que informe de que son, quien las hizo y para qué. Pero el caminante no necesita ningún panel informativo porque sabe deleitarse en la absoluta belleza de todo lo que ve y comprende que es heredero de aquellos hombres y mujeres que han transitado por aquí alguna vez. Y se sabe también en tierra de místicos, de ascetas, de fanfarrones, de guerreros, de santos, de conquistadores, de visionarios, de románticos, de reyes y plebeyos, de amantes y amadores. El tópico lo dice: no hay palabras para describir lo que se ve y lo que se siente. Ni siquiera hay imágenes. El fotógrafo gira tontamente el zoom, compone el encuadre, ajusta la exposición, pero es inútil. Así que deja de mirar por el visor, respira hondo y reza. Reza porque no sabe, no puede hacer otra cosa. Y,  aunque pisa el suelo que pisaron Santa Teresa y San Juan de la Cruz, hace hincapié en que Dios "no le deje caer en la tentación".


Recobrada la calma, un "bueno, ya está bien de santerías" y deshago el camino de cabras, cruzo la carretera y me tomó un café con un botellín de agua en el bar "La Estación". Hay aire acondicionado y el cigarrillo me sabe a gloria, a la misma gloria que he rozado con los dedos hace unos minutos. Ahora, vuelta a la autovía y, en la ciudad me premiaré por el éxito de la misión con unas cañas y unos Cigales fresquitos en la magna galería de bares que circundan la casa de mis cuñadas de nombres tales como "Café Solo", "De Vinos", "Crespo", "Los Sauces", "Los Carreños".... Bebo un punto por encima de la moderación para alcanzar el estado de gracia que permite una relajante siesta.

Y la gloria vuelve a resurgir cuando, otra mañana, hago la peregrinación imprescindible en Salamanca, la visita al puente romano para palpar la estatua del ciego y del lazarillo y el verraco. Aquí no hay que rezar porque Lázaro era hijo de puta y de ladrón y el ciego tenía muy mala leche. Aquí resonó la terrible sentencia de éste: "Aprende, necio, que el mozo de un ciego un punto más ha de saber que el demonio" y aquí el zagalón despertó a la vida. Hace mucho calor pero se que los personajes cruzaron el puente un día de verano porque el frío y el invierno es malo para los pobres. Yo lo cruzo también, junto a ellos, y con nosotros viene caminando toda la miseria y toda la grandeza de esta España que tanto me gusta.

jueves, 15 de julio de 2010

Estilo castellano

¿Alguien se acuerda del llamado estilo castellano? Si, aquellos muebles de supuesta recia madera que incluian mesas, sillas y camas amen de lámparas y tiradores de forja. Fueron ubicuos en bares populares y mesones de carretera pero también llegaron a las casas particulares quizás por su baratura y su idoneidad para instalarlos en cualquier parte, convirtiéndose de esta manera, en antecesores de los muebles Ikea. Dada la época de su instauración en España, me malicio que la ideología subyacente era una reacción contra la Formica que tenía algo de tecnología foránea y heterodoxa.

Bien, pues el estilo castellano cumplió su misión aunque las sillas eran incómodas y dolían las posaderas. Para paliar ésto, se recurría a cojines que resbalaban sobre el asiento salvo que estuviesen atados con cintas pero, aun así, eran inestables.

El bar "Café Solo" de Salamanca, conserva puertas castellanes en los accesos a la cocina y a los servicios. Pero me olvido de este detalle cuando se abren los cuarterones y aparece, en toda su gloria, la chanfaina aun humeante. De todas formas, si de mi dependiese la gobernación del pais, ofrecería subvenciones para colocar puertas más acordes con los tiempos modernos.

lunes, 12 de julio de 2010

Prueba victoriosa

El caminante esta lejos de Santa Catalina y siente no haber visto el partido de la gloria en el Bar Marilín, flanqueado por la bandera española. Pero aquí en la meseta, como todo a lo largo del Regueron, solo puede haber un grito dicho con la mente y el corazón: ¡¡VIVA ESPAÑA!! Y hasta oigo las bocinas del bus 6 que lo corean.

jueves, 8 de julio de 2010

De viaje

El caminante va a dejar la carretera de Santa Catalina para ir unos días a Salamanca. Acudo allí por razones de suegralidad o, mejor dicho, de cuñalidad porque mis suegros, desgraciadamente ya murieron. Pero no por eso mis cuñadas dejaron de decirnos que no se nos ocurriera, a mi mujer y a mi, dejar de ir a la casa. Como se que nos reciben con gusto, les hicimos caso y así podemos estar en la que, sin duda, es la ciudad más bonita de España, con los gastos pagados, a pensión completa y con la mesa puesta. Dijo Santa Teresa que llegaría un día en que en Salamanca no habría más que conventos y tabernas. Ese día ya ha llegado y yo visito unos y otras con idéntica devoción.

No me gusta viajar. Me refiero al viaje propiamente dicho porque, una vez que estoy en el destino, me alegro de haber ido aunque siempre con la vista puesta en la vuelta a La Alberca. No siempre ha sido así. Antes me gustaba la parafernalia de reservar hotel, maletas y equipaje y estudiaba concienzudamente el camino y hasta llegaba a llevar una especie de "hoja de ruta". De todas formas, ayer lavé el coche, ajusté la presión de los neumáticos y eché carburante en la gasolinera de Algezares, algo más allá de la carretera de Patiño, hermana paralela a la de Santa Catalina y también cruzada por El Reguerón aguas abajo. Hoy me he levantado temprano, para estar listo "cuando suba la marea" y aún me da tiempo a apuntar en este blog.

El camino de Murcia a Salamanca lo sé perfectamente por haberlo recorrido muchas veces. Puedo prescindir del GPS pero no por eso dejo de echar una ojeada a los mapas y ver la intrincada red de carreteras en el entorno de Madrid, cosa que a a los pueblerinos nos causa respeto. Como viajo poco, me permito el lujo de tomar las autovías de peaje, en concreto la AP-36 y la R-4, esas que dice mi mujer que han hecho para mi por su poco tráfico. Pero me gusta esta tranquilidad, poner el coche a no más de 131, oír el ruido del motor y el de rozadura de los neumáticos ("son mi música mejor aquilones, el estrépito y temblor de los cables sacudidos, del negro mar los bramidos y el rugir de mis cañones" decía el capitán pirata en su Canción) y parar para las necesidades fisiológicas en áreas de servicio que nunca han conocido aglomeraciones ni bullicios.

Al paseante le gustaría ir ligero de equipaje, no casi desnudo como los hijos de la mar, pero si con solo un pequeño bolso. Pero ya están preparadas un par de grandes maletas y bolsas y cajas y paquetes. Por si fuera poco, tenemos que acudir a una boda por lo que hay que llevar guapos y quincallería. ¿Que quién se casa? Pues no lo se exactamente ni se a ciencia cierta el parentesco que me une a la novia. Así lo dije en otra boda anterior. Cuando el taxi nos dejó en la puerta de la Universidad, en cuya capilla se celebraba el acto religioso, yo me quedé pagando y el taxista me preguntó:
-¿Quién se casa? ¿Alguien del barrio?
- Pues mire usted, si quiere que le diga la verdad, no lo sé. A mi me han traído aquí y lo que me echen.

Luego del banquete, fue lo del barquito surto en el Tormes. Pero eso es otra historia que quizás cuente algún día. Pero tengo claro que en esta boda no dejaré que me pase nada parecido.

miércoles, 7 de julio de 2010

El farolero del Polo Norte

Del farolero del Polo Norte me habló mucho Antoine de Saint Exupéry sobre todo un tarde del invierno austral cuando coincidimos en el destartalado barracón que hacía las veces de cantina y resguardo en el improvisado aeródromo de Comodoro Rivadavia. Era la época en la que la ciudad crecía gracias al petróleo y a la construcción de un oleoducto. Hasta allí llegábamos, a llevar sacas de correo, en aviones de alas sujetas con tirantes de acero que guiábamos gracias a nuestro instinto y a las luces de la costa. Me dijo que era, el farolero, un hombre rígido y cumplidor y que, en 37 años de servicio, nunca se le había pasado encender o apagar el farol que tenía a su custodia justo en su momento. El farol ardía durante los seis meses de noche e iluminaba el terreno helado a los pocos transeúntes, evitando que tropezaran en una grieta o que se los comiera un oso como a Favila. Pero, en cuanto el sol asomaba por el horizonte, el farolero apagaba la luz de aceite para que ésta no se gastase infructuosamente. De todas formas, me enteré hace poco de que el hombre del Polo Norte, ya mayor, se había tenido que comprar en Anchorage una moderna PDA. En sus 4 gigas de memoria, solo había dos mp3 asociados a sendas alarmas: el himno americano "The Star Spangled Banner" para el momento de encender el farol y la "Canción de Cuna" de  Brahms para el de apagarlo.

De Saint Exupéry aprendí también a llevar los pantalones bien altos y bien sujetos con el cinturón para lo cual es necesario un tiro generoso y una larga cremallera o botonera. Mis hijas me afean ésta costumbre por considerarla antiestética y anticuada pero yo no les hago caso porque encuentro más elegante y cómodo llevarlos así.

Y tanto nos fascinó la figura de este farolero del Polo Norte que quedamos convenidos para acudir a saludarlo y presenciar como encendía o apagaba el farol. Pero luego Saint Exupéry desapareció trágicamente y yo, por mi parte, decidí hacerme médico. Me compré un dúplex y, para ayudar a pagarlo, tuve que vender mi último avión, un precioso Junkers trimotor. Ahora está colocado, para que sirva de reclamo, en un merendero de carretera y los niños juguetean tontamente con las hélices mientras sus padres comen carne a la brasa acompañada de vino con gaseosa.

Pienso en ésto mientras paso junto a las moreras que flanquean el puente del Regueron, árbol que sería impensable en el Polo Norte. Supongo que ya nunca podré ir allí pero, si he de ser sincero, no siento pena. Realmente me fastidiaría tener que sacar los gruesos abrigos de piel de oso que ya ni se donde están guardados cuando ahora lo que me apetece es ponerme el traje de baño en cuanto llegue a casa. Pero antes tengo que completar mi paseo con un café en el Bar Marilyn donde los limones y el jamón están ahora aderezados con la bandera española por mor del Mundial de Sudáfrica y en una pizarra, también abanderada, están las apuestas de la porra de los clientes. Así que, olvidando las penurias del Polo Norte, me intereso por el estado de la selección nacional. Y digo que me alegraré si gana este campeonato España y su bandera pero, el paseante de Santa Catalina a la mañana siguiente de la final, se levantará y preguntará ¿Quienes hemos ganado?

lunes, 5 de julio de 2010

Parada "Yesera"

La parada "Yesera" es la última que tiene el bus 6 en su recorrido desde La Alberca al centro de Murcia. Se sitúa inmediatamente después del nudo de El Alías, donde se puede coger la carretera de París. También la de Roma pero ésto tiene menos énfasis porque, como es cosa sabida, todos los caminos conducen a Roma. El autobús se adentra en la temible rotonda, se inclina hasta los límites del equilibrio, los pasajeros se tambalean y, cuando recobra la verticalidad y sale del nudo ya está en la parada "Yesera". Pero casi siempre pasa de largo porque es muy raro que alguien espere allí.

Allí es un árido rincón, junto a una casa en venta, matojos crecidos y una valla destartalada. Se supone que deberá el nombre a un ingenio que produjera yeso en polvo con el cual, entre otras cosas, se hacen gatos que, según el dicho popular, es quien menos ve junto con Pepe Leches. Pero el paseante si puede ver incluso una acequia, propia de las artes de riego de la huerta, con un hilo de agua. Ignoro si esta acequia ya está en desuso y es un elemento más de la decrepitud del lugar. Allí no hay marquesina, ni banco municipal ni resguardo, de forma que el hipotético viajero tendría que esperar de pie bajo el sol del verano y bajo la lluvia del invierno Pero eso no es óbice para que en la carretera este pintada la raya amarilla en zigzag y, entre los matojos, asomen la columna de Latbus y la señal de tráfico azul que indican bien a las claras que sí, que por allí pasa y allí tiene parada el autobús 6. Y alguna vez alguien aguarda pacientemente, bien con el carro de la compra porque va al supermercado ciudadano, bien con la bolsa ancha y plana donde guarda radiografías y análisis porque va al médico especialista. Cuando divise al autobús que abandona enderezándose la rotonda del terror, tendrá que hacer un discreto gesto alzando la mano. Suficiente. El diligente conductor parará el vehículo sobre las rayas amarillas en zigzag, abrirá las puertas neumáticas y el viajero subirá rumbo a su destino.

Quizás la vida no sea más que una espera en una parada "Yesera" destartalada, triste y mustia. Pero, cada cierto tiempo, el autobús pasa. Solo es cuestión de levantar con decisión la mano pero...¡es tan difícil!

domingo, 4 de julio de 2010

¿Que se hizo el perrito caliente?

La pregunta que da título a este apunte, no está mal redactada. Tampoco en una pregunta del Trivial o de concurso televisivo o un chiste fácil del tipo ¿Qué le dice el cigarro al mechero? Es una de las muchas exquisiteces del castellano. La empleó como nadie Jorge Manrique en sus magníficos versos de pie quebrado:

¿Que se hizo el rey don Juan?
Los Infantes de Aragón
¿que se hicieron?
¿Qué fue de tanto galán
que fue de tanta invención
como trajeron?

Cuando hablo de las exquisiteces del idioma, me acuerdo siempre de Miguel Hernández cuando dice: "En Orihuela, su pueblo y el mio, se me ha muerto como del rayo, Ramón Sijé, con quién tanto quería."¡Atención! CON quién tanto quería. El aparentemente simple recurso de darle a la preposición un uso no esperado consigue un intenso, hondo dramatismo.

Éstos, Jorge y Miguel, son de los buenos. Pero el paseante de Santa Catalina quiere solamente hablar de un tema banal aunque no por ello ajeno a las mudanzas del mundo. Y ahora, ya contextualizada, repito la pregunta. ¿Qué se hizo el perrito caliente? Porque yo no los he vuelto a ver. Llamados, a veces, por su nombre americano de hot dog, eran ubicuos en bares de gente joven, restaurantes económicos o de comida rápida, bares populares, aptos para el tentempié de la madrugada o para el almuerzo del ajetreado. Sin embargo, también ocupaban sin desdoro, un espacio en algunas cafeterías elegantes con ínfulas de cierta progresía. De hecho, en el último sitio donde recuerdo haberlos visto, fue en El Corte Inglés ya con aires mortecinos.

La hot dog maker machine requería toda una parafernalia instrumental y era digno de prosopopeya su preparación, servicio e ingestión. La máquina estaba dotada de unos a manera de pinchos, gruesos y cortos, que se calentaban mediante un ingenio eléctrico y en los que se espetaba el panecillo con objete de practicarle un tunelillo de paredes interiores tostadas. Espetar el pan no siempre era tarea fácil y ocasionalmente requería habilidad y fuerza física por lo que el camarero había de emplear las dos manos para, apretando bien la pieza, conseguir con movimientos coordinados de presión y pequeños giros, horadar la masa a lo largo de su eje mayor y sin desviarse lo más mínimo de éste. Mientras tanto, las salchichas esperaban en un receptáculo donde se mantenían calientes y húmedas gracias al vapor de agua. Modelos más sofisticados, estaban dotados de una especie de noria en cuyos canjilones daban vueltas las salchichas, siempre jugosas y apetecibles gracias al vaho cálido que moteaba su superficie.

Se sacaba el panecillo del espetón y en el hueco practicado, se echaba mayonesa y ketchup. Y ahora venía el toque final: con unas pinzas se cogía la mejor salchicha sosteniéndola por un extremo. Pan en la mano izquierda, pinza y salchicha en la mano derecha y en un plano superior. Se alineaba diestramente la verticalidad de la carne con el tunelillo de la miga, la punta libre carnosa buscaba el orificio y la salchicha se deslizaba suave y mayestáticamente, como barco en su botadura, en el espesor del pan. Semienvuelto en una servilleta, el ya perrito caliente, se le entregaba al expectante cliente.

¿Cual era el producto final? Un panecillo blando y caliente, de masa compacta, por uno de cuyos extremos asomaba no más de una pulgada de salchicha rebozada en jugosa mayonesa y rojo ketchup. Pero podía haber varios problemas y contratiempos:
1) Incongruencia entre la longitud del túnel y la de la salchicha. Normalmente debido a que el camarero no se había empleado a fondo en horadar el pan por lo que asomaba un tramo largo de aquella que debía  ser comido en dos bocados. Luego la mitad del pan era ya miga sin momio.
2) Que, por el contrario, se hubiera horado toda la longitud del pan por lo que los cuernecillos de salchicha asomaban por ambos extremos con marcado efecto antiestético y, además, caían gruesas gotas de las salsas con grave riesgo para la falda plisada de la chica.
3) El fondo de saco del alojamiento de la salchicha debía de quedar a una distancia justa y sabiamente calculada de la superficie del pan. Si, por el contrario, quedaba solo una delgada corteza, el primer bocado hacía aumentar la presión de las salsas que rompía la delgada pared y aquellas, en una espectacular llamarada roja y amarilla, iba a impactar a la camisa recién estrenada del chico.

Todo ésto está muy bien, pero la pregunta sigue en pie ¿por qué desaparecieron los perritos calientes? He pensado mucho en ello, en mis idas y venidas por la Carretera de Santa Catalina y no he encontrado respuesta razonable y satisfactoria, máxime habida cuenta de que la hamburguesa, de la misma familia gastronómica, sigue viva y reinante. De todas formas y para paliar mi desazón, sigo comiendo en las cenas bohemias, salchichas de sobre Campofrío que toma tal cual, con los dedos, dos bocados cada una.

Y como en este mundo todo es vil mudanza, cabe preguntarse también. ¿Volvera alguna vez el hot dog? ¿Se desempolvará y limpiará la máquina de los cálidos espetones y del receptáculo vaporoso? Y el paseante, mientras mira los reductos de huerta de la Carretera, oye otra vez las mismas músicas celestiales: "Volverás a mi huerto y a mi higuera, por los altos andamios de mis flores...."




viernes, 2 de julio de 2010

Vae victis!

Ante todo, decir que no me he olvidado el signo de admiración al principio del título. Es expresión latina y, en este idioma, solo se pone al final, como en los modernos mensajes de móvil. El latinajo, como es sabido, significa "¡Ay de los vencidos" y fue pronunciado por el caudillo galo Breno y recogido por Tito Livio en su Historia. Se acuerda el paseante de Santa Catalina de ésto, al recibir, por correo postal, una carta en cuyo membrete figura una institución llamada FGA CAPITAL. El escrito es largo y su segundo párrafo dice textualmente:


"Este fichero común tiene la única finalidad de facilitar a las entidades participantes los datos existentes en el mismo, relativos al comportamiento crediticio de las personas, con el propósito de apoyar la toma de decisiones en las relaciones negociales de ámbito financiero y crediticio, así como para la evaluación, seguimiento y en su caso recuperación de riesgos. "


Y ésto ¿que quiere decir? No lo tengo claro pero, antes de que pueda discernir, me llega una vaharada apestosa. En situaciones así, me acuerdo de un paisano, emigrante en Suiza. Estando él allí, hubo un referéndum para ver si los ciudadanos suizos querían trabajadores extranjeros o no. En éstas, el paisano viene al pueblo y le preguntamos por aquel asunto y nos contesta: "Pues que unos decían que nos fuéramos y otros que nos quedáramos, pero yo, por si acaso, me cago en la madre que los parió a todos". Extrapolando: "no se lo que quieres decir pero, por si acaso, me cago en la madre que te parió". Luego medito un poco y comprendo que se trata de que mis datos entren en un fichero para que se sepa si soy moroso o no.


Mi primer impulso fue tener una actitud gallarda y comunicarles que me negaba a semejante cosa y que se metieran el fichero por el culo. Pero, como bien dice un amigo, "las actitudes gallardas hay que mantenerlas". Yo, a veces, por mantener una actitud gallarda, he perdido algunos (pocos) euros. Teniendo en cuenta que a Padilla, Bravo y Maldonado les costó la cabeza, no me parece que saliera malparado. Pero el paseante de Santa Catalina es burgués acomodado y hace buena la frase atribuida a Kafka: "En tu lucha contra el resto del mundo, procura ponerte de lado del resto del mundo". Las cosas y el mundo, al parecer funcionan así. Porque recapacito y pienso: ¿Que pasará cuando dentro de pocos años pida otro crédito para otro coche? Pues en buena ley, me contestarán: "El crédito que nos pides también nos lo vamos a meter por el culo" Y dejo sumiso que me incluyan en el fichero y que se sepa que soy buen pagador.


Ya se que hay listillos, maleantes, perdonavidas que se creen más que nadie y con derecho a no pagar sus deudas. Gente triste, preocupada por el dinero e insolidarias. Pero la existencia de estos ficheros, el dominio que puede ejercerse sobre las personas, la necesaria aceptación del control y la situación de esos morosos vencidos por las puñaladas traperas del mundo no deja de producirme espeluzno. Así que, a pesar del calor, me tomo un café en Willow que pago religiosamente con un euro.

jueves, 1 de julio de 2010

Apología del Pan

En Santo Ángel pero cerca de El Charco y del inicio de la Carretera de Santa Catalina, hay un Mercadona. Cuando empezaron a abrir estos supermercados, tenían mucho predicamento y la gente decía con cierto orgullo "lo he comprado en Mercadona". No se lo que yo esperaba encontrar cuando entré por primera vez en uno de ellos, el de La Alberca. El caso es que miré en derredor y no viendo más que las típicas estanterías, exclamé: Pero señorita cajera ¡si ésto es un supermercado...! El caso es que allí, en el Mercadona que ves desde la carretera puedes comprar pan. Si hay necesidad o deshora, también lo puede comprar el caminante -pagando un discreto sobreprecio- en la gasolinera "El Valle" casi enfrente del Bar Marilín y donde el bus 6 tiene su parada "Reguerón 1".

El pan del
Mercadona viene envuelto en un papel de celofán donde puede leerse la composición. Me llamó profundamente la atención este detalle la primera vez que reparé en él ¿la composición del pan? Pero ¿el pan no es pan como el oro es oro y la plata es plata? Pues por lo visto no. Está compuesto de harina, agua, sal y algunos fermentos. No se que pasaría en un mundo sin oro y plata pero me parece impensable, por horrible, un mundo sin pan, cosa unida en el inconsciente colectivo y en el mío propio, al hambre, la miseria, la guerra y la desgracia. Como dice el refrán castellano, las penas con pan son menos.

Cuando se estudia francés y te explican el partitivo, el ejemplo suele ser que hay que decir
du pain porque si dices pain te estás refiriendo a "todo el pan del mundo metido en una enorme habitación" Pues bien, esa habitación con todo el pan del mundo es la que deseo para mi y para la humanidad. Un noche de cena bohemia, me aprestaba a comer una lata de sardinas con un mendrugo de pan sobrante. Llegó Ana y sacó del frigorífico una rodaja de pan Bimbo (o el de marca Mercadona, no me acuerdo ni hace al caso). Yo le dije:
-¿No prefieres este otro pan?
- No- me contestó- eso no mola.
Y como los padres a veces nos debemos de poner transcendentes, le dije:
-Pues eso es lo que quiero yo, hija mía, que nunca eches de menos este mendrugo de pan que se va a comer tu padre.

Una de las más famosas canciones es
"Ne me quitte pas", de Jacques Brel. El chusco suele traducir el título por "No me quites el pan" Pero no, el cantante lagrimea porque no quiere que la amada lo abandone, cosa desde luego tristísima. Pero en la madurez, uno le da la razón al chusco y ve más terrible que alguien le quite el pan del bocadillo. Claro que, como una vez me dijo alguien, su caso era peor pues se le habían juntado las dos cosas: le habían abandonado sentimentalmente y estaba con penurias económicas. Malo, muy malo.