domingo, 4 de julio de 2010

¿Que se hizo el perrito caliente?

La pregunta que da título a este apunte, no está mal redactada. Tampoco en una pregunta del Trivial o de concurso televisivo o un chiste fácil del tipo ¿Qué le dice el cigarro al mechero? Es una de las muchas exquisiteces del castellano. La empleó como nadie Jorge Manrique en sus magníficos versos de pie quebrado:

¿Que se hizo el rey don Juan?
Los Infantes de Aragón
¿que se hicieron?
¿Qué fue de tanto galán
que fue de tanta invención
como trajeron?

Cuando hablo de las exquisiteces del idioma, me acuerdo siempre de Miguel Hernández cuando dice: "En Orihuela, su pueblo y el mio, se me ha muerto como del rayo, Ramón Sijé, con quién tanto quería."¡Atención! CON quién tanto quería. El aparentemente simple recurso de darle a la preposición un uso no esperado consigue un intenso, hondo dramatismo.

Éstos, Jorge y Miguel, son de los buenos. Pero el paseante de Santa Catalina quiere solamente hablar de un tema banal aunque no por ello ajeno a las mudanzas del mundo. Y ahora, ya contextualizada, repito la pregunta. ¿Qué se hizo el perrito caliente? Porque yo no los he vuelto a ver. Llamados, a veces, por su nombre americano de hot dog, eran ubicuos en bares de gente joven, restaurantes económicos o de comida rápida, bares populares, aptos para el tentempié de la madrugada o para el almuerzo del ajetreado. Sin embargo, también ocupaban sin desdoro, un espacio en algunas cafeterías elegantes con ínfulas de cierta progresía. De hecho, en el último sitio donde recuerdo haberlos visto, fue en El Corte Inglés ya con aires mortecinos.

La hot dog maker machine requería toda una parafernalia instrumental y era digno de prosopopeya su preparación, servicio e ingestión. La máquina estaba dotada de unos a manera de pinchos, gruesos y cortos, que se calentaban mediante un ingenio eléctrico y en los que se espetaba el panecillo con objete de practicarle un tunelillo de paredes interiores tostadas. Espetar el pan no siempre era tarea fácil y ocasionalmente requería habilidad y fuerza física por lo que el camarero había de emplear las dos manos para, apretando bien la pieza, conseguir con movimientos coordinados de presión y pequeños giros, horadar la masa a lo largo de su eje mayor y sin desviarse lo más mínimo de éste. Mientras tanto, las salchichas esperaban en un receptáculo donde se mantenían calientes y húmedas gracias al vapor de agua. Modelos más sofisticados, estaban dotados de una especie de noria en cuyos canjilones daban vueltas las salchichas, siempre jugosas y apetecibles gracias al vaho cálido que moteaba su superficie.

Se sacaba el panecillo del espetón y en el hueco practicado, se echaba mayonesa y ketchup. Y ahora venía el toque final: con unas pinzas se cogía la mejor salchicha sosteniéndola por un extremo. Pan en la mano izquierda, pinza y salchicha en la mano derecha y en un plano superior. Se alineaba diestramente la verticalidad de la carne con el tunelillo de la miga, la punta libre carnosa buscaba el orificio y la salchicha se deslizaba suave y mayestáticamente, como barco en su botadura, en el espesor del pan. Semienvuelto en una servilleta, el ya perrito caliente, se le entregaba al expectante cliente.

¿Cual era el producto final? Un panecillo blando y caliente, de masa compacta, por uno de cuyos extremos asomaba no más de una pulgada de salchicha rebozada en jugosa mayonesa y rojo ketchup. Pero podía haber varios problemas y contratiempos:
1) Incongruencia entre la longitud del túnel y la de la salchicha. Normalmente debido a que el camarero no se había empleado a fondo en horadar el pan por lo que asomaba un tramo largo de aquella que debía  ser comido en dos bocados. Luego la mitad del pan era ya miga sin momio.
2) Que, por el contrario, se hubiera horado toda la longitud del pan por lo que los cuernecillos de salchicha asomaban por ambos extremos con marcado efecto antiestético y, además, caían gruesas gotas de las salsas con grave riesgo para la falda plisada de la chica.
3) El fondo de saco del alojamiento de la salchicha debía de quedar a una distancia justa y sabiamente calculada de la superficie del pan. Si, por el contrario, quedaba solo una delgada corteza, el primer bocado hacía aumentar la presión de las salsas que rompía la delgada pared y aquellas, en una espectacular llamarada roja y amarilla, iba a impactar a la camisa recién estrenada del chico.

Todo ésto está muy bien, pero la pregunta sigue en pie ¿por qué desaparecieron los perritos calientes? He pensado mucho en ello, en mis idas y venidas por la Carretera de Santa Catalina y no he encontrado respuesta razonable y satisfactoria, máxime habida cuenta de que la hamburguesa, de la misma familia gastronómica, sigue viva y reinante. De todas formas y para paliar mi desazón, sigo comiendo en las cenas bohemias, salchichas de sobre Campofrío que toma tal cual, con los dedos, dos bocados cada una.

Y como en este mundo todo es vil mudanza, cabe preguntarse también. ¿Volvera alguna vez el hot dog? ¿Se desempolvará y limpiará la máquina de los cálidos espetones y del receptáculo vaporoso? Y el paseante, mientras mira los reductos de huerta de la Carretera, oye otra vez las mismas músicas celestiales: "Volverás a mi huerto y a mi higuera, por los altos andamios de mis flores...."




2 comentarios:

  1. No he sido la primera en visitar tu new blog. Ya mi tía Mª Piedad ha leído estos interesantes artículos, de contenido en su mayor parte conocido para mí, pero no exentos de detalles novedosos que me hacen agradable la lectura.
    Con relación a los perritos o hot dogs, he de decir que estoy de acuerdo contigo en que no es corriente verlos en estos lares, sustituidos como bien dices por hamburguesas y radianes de pizza, pero si realmente tienes ganas de ver de nuevo los espetones que mencionas y las salchichas amontonadas en bandejas que mantienen su calor, te recomiendo un paseo por 5th Avenue, entre la 42th St. y la 50th St., more or less, donde podrás degustar perritos, eso sí, sin el bollo horadado, sino abierto en dos mitades cual bocata de chorizo nacional.
    Y tras esta sugerencia dicha principalmente para flipar en plan cateto, me dispongo a leer las dos entradas anteriores, empezando por el ¡Ay de los vencidos!.

    ResponderEliminar
  2. Aunque publiques con pseudónimo, no estoy ciego como Edipo e intuyo cuya hija eres. ¿Te refieres a la recién fundada ciudad de New York? Sí, sabía este detalle del hot dog por algunos viajeros que han ido más allá del finis terrae en naves voladoras y han podido volver para contarlo porque así plugo a los dioses. Pienso que los WAP (white, anglosajón, protestante) comerán el perrito con el pan hecho mitades pero es posible que los negros, hispanos y católicos lo coman como se comía en España.

    ResponderEliminar