Los tablones de anuncio se secularizaron y adoptaron una forma estándar. Un rectángulo más o menos grande de madera sobre el que se fijan por diversos procedimientos los papeles u objetos que constituyen el anuncio en si. En mis tiempos de estudiante, los tablones de anuncio de la Universidad estaban protegidos por un cristal corredizo con cerradura cuya llave guardaba el bedel. Solo los allegados, pues, podían usarlos. El papelillo esquivo, el ilegal o irreverente, se pegaba sobre el cristal y era fácil retirarlo. Su vida útil era breve pero, en la mayoría de los casos, suficiente. Hoy son democráticos y, faltos de cristal, cualquiera puede dejar en ellos su contribución a éso que se llama libertad de expresión. Todos los edificios oficiales lucen en su frontispicio, de una manera más o menos explícita, un lema al estilo del "Todo por la Patria" de los cuarteles o el escudo de la ciudad de los Ayuntamientos. Eso está muy bien, pero lo que de verdad permite tomar el pulso al edifico y a la institución que en él tiene su sede, es ver con minucia su tablón de anuncios. Algunos son lánguidos y decadentes, incluso decrépitos. Solo algún papel ya amarillo y curvo por los bordes que se puso hace mucho tiempo y que nadie ha retirado. Otros están vivos y pujantes, con multitud de anuncios que se solapan unos a otros en un intento de hacerse los más visibles. Y hay de todo: desde el aviso de una severa conferencia, hasta el chiste, pasando por la invitación pública a una boda, el se busca chica para completar piso o la comunicación de que se ha perdido "Canelo" con la foto del perrito en gama de grises. Pero no nos engañemos: la Chincheta Gorda, la Chincheta Máxima la sigue ostentando el Poder que la aplica contra el tablón con su poderoso pulgar.
En la sala de estar de mi Centro de Salud hay también un tablón de anuncios. Es bastante activo: notas estrictamente profesionales o de "obligado cumplimiento", calendarios de cursos, las planillas de las guardias, advertencias y supuestos logros sindicales, recortes curiosos de prensa, la lista de los contribuyentes al abastecimiento de café y golosinas con expresión de si han pagado o no la mensualidad y los teléfonos de los bares que, en caso de apremio, pueden suministrar un bocadillo de emergencia. Y, entre toda esa morralla de papel, destaca con luz propia la poesía de mi compañero Pascual. Son obras propias, cargadas de sentimiento y evocadoras, que imprime en una especie de pergamino amarillento que clava con dos chinchetas. Con su amable permiso, copio la que ahora puede leerse:
En la sala de estar de mi Centro de Salud hay también un tablón de anuncios. Es bastante activo: notas estrictamente profesionales o de "obligado cumplimiento", calendarios de cursos, las planillas de las guardias, advertencias y supuestos logros sindicales, recortes curiosos de prensa, la lista de los contribuyentes al abastecimiento de café y golosinas con expresión de si han pagado o no la mensualidad y los teléfonos de los bares que, en caso de apremio, pueden suministrar un bocadillo de emergencia. Y, entre toda esa morralla de papel, destaca con luz propia la poesía de mi compañero Pascual. Son obras propias, cargadas de sentimiento y evocadoras, que imprime en una especie de pergamino amarillento que clava con dos chinchetas. Con su amable permiso, copio la que ahora puede leerse:
De veras: no se qué decir.
Es como si tuviera los bolsillos desgastados
por llaves que nunca abrieron nada.
Corazones, hoy, llenos de silencio
mientras te miro, madre. Y me miras
con la pulcra dulzura de la entrega.
Rodillas, ya sabes, manchadas de tierra
y juventud...esperando tus besos junto al río
Mírame: No te mueras todavía
que no es el tiempo de las granadas.
Espera que te ofrezca los soles
que caben en mis ojos...no me devuelvas puñales.
Dame tu mano, madre. ¡Dame tu mano!
Pascual López Sánchez (25/08/2010)
En los escasos y breves minutos de descanso, leo una y otra vez la poesía. No entera, quizás solo dos o tres versos, suficientes para ese respiro entre el ajetreo de la consulta. Pero no me la sé de memoria. En realidad, no quiero aprenderla. La poesía no esta hecha para sebérsela de memoria sino para leerla una y otra vez descubriendo siempre la novedad de su frescura y su poder para evocar sentimientos, sentimientos que no tienen nombre, pero que conmueven las médulas. Ni hay que aprenderse de memoria el sabor del vino en su copa, ni el de la rodaja de chorizo recién cortada con la navaja, ni el de la chupada que dicen nociva al cigarrillo. Ni, por supuesto, el de los besos. El tablón de anuncios de la vida está para recordarnos todo éso.
Leer esta entrada me ha hecho recordar los tablones de anuncios por los que paso habitualmente: el de mi edificio, en el que sólo pende un triste tríptico que anuncia los bienes que a la comunidad traerá la recién estrenada comisaría de policía de El Esparragal; el de mi clase de griego, también abigarrado de notas a mano y a máquina que contienen, en una juvenil mezcolanza, chistes obscenos, veladas alusiones divertidas y/o insultantes a los profes, versos de Safo y fechas de exámenes; o el de la fotocopiadora de la Universidad, donde, si se mira con la suficiente atención, aún se ofrecen gatitos gorditos y juguetones.
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