martes, 12 de octubre de 2010

L@s burr@s o los/as burros/as. ( y II )

Es cosa sabida que los burros se alimentan de paja. Cuento siempre ésto cuando denosto la fruta que alguna compañera come plácidamente en el descanso breve. Le digo que su intestino no podrá digerir bien un alimento tan rico en celulosa, cosa que no le ocurre a aquellos animales porque, providencialmente, en su flora intestinal existen unas bacterias capaces de degradar la celulosa y hacerla asimilable. De ahí, le aclaro, que los burros puedan comer paja. Con lo cual le amargo la manzana de Blanca Nieves que estaba ingiriendo a dentelladas como era mi maligno objetivo. Y si estamos entre hombres y surge el tema, no me resisto a contar un chiste canalla, como no me resisto a contarlo en este blog. A pesar de su registro grueso, lo escribo con cariño y con la delicadeza que me merecen sus humildes protagonistas.
En la España de la postguerra estaban dos pastores que pasaban largas temporadas en la soledad de los campos, días, semanas, meses quizás. Uno de ellos, algo mayor, acude de vez en cuando a un lugar excusado para entregarse al vicio solitario como consuelo de su forzoso celibato. El otro, un adolescente, un niño casi, lo ve alejarse, no sabe a donde va ni lo que hace. Pero un día se atreve y le pregunta:
- Fulano ¿por qué te vas tú solo de vez en cuando? ¿Y qué es lo que haces?
El pastor mayor se da cuenta de que ha llegado el momento transcendental en el que debe transmitir a su compañero ciertos conocimientos de supervivencia y camaradería. Así que le da unas sucintas explicaciones y lo manda al lugar excusado. A pesar de su bisoñez, el mozalbete tiene éxito en su primera experiencia y vuelve nervioso, rubicundo, atacándose de manera azorada la camisa y ciñéndose los pantalones.
- ¡¡Fulano...!! ¿ésto qué es...? ¿ésto qué es...? 
Y el otro, entre risas, le contesta: 
- Eso es una paja, hombre...
- Pues si ésto es paja, los burros comen dulce membrillo....
¡Los burros comen dulce membrillo...! No encontró el infeliz algo mejor a que comparar su placentera experiencia que a aquel postre y merienda, manjar exquisito para los niños del hambre. Por eso, el chiste trasciende de su burdo encanto y tiene para mi incluso un valor etnográfico, como el de esos museos aburridos que hay en bastantes pueblos.
Y a mi pueblo del que yo era su médico rural, llegó una vez un infausto personaje. No venia en burro pero él parecía serlo aunque se presentó como un “inspector”. Vino a decirme que yo “no estaba haciendo las cosas bien” algo inaudito en mis pésimas condiciones de trabajo, con la penosidad de estar solo, alejado, aislado y en guardia permanente. Le contesté que consideraba una putada su visita y que no era bien venido a mi casa. Entonces se ruborizó visiblemente y comprendí que no, que no era un burro sino un ser humano que hacía lo que sabía para sobrevivir. A pesar de eso, le hice un gesto que equivalía a darle el cabestro para que arrease. Heredero de este personaje, son quienes ahora censuran el Internet en las consultas por lo que será bueno dejar constancia en esta entrada de mi adhesión en cuerpo, alma y blog al movimiento en pro del libre acceso, cuyos manifiestos pueden verse en otro blog de un compañero y también amigo facebookciano
Hace ya mucho tiempo que no veo a un burro. Ni siquiera por la carretera de Santa Catalina. Más aun: afirmo rotundamente que no pasan burros por la carretera de Santa Catalina. Y ¿cómo estoy tan seguro de ésto? Elemental: porque no veo ni huelo sus boñigas. Por supuesto, ningún enfermo viene ya en burro a mi consulta. No encontraría pilón para que abrevara, ni argolla para atar el cabestro. Me alegro de que sea así, de que puedan sacarse las llaves del coche y el móvil, incluso la Blackberry, del bolsillo cuando les pido que se tumben para explorarlos. Me alegro por los hombres que tienen su ir y venir más cómodo y por los burros, antes muchas veces maltratados y humillados. Algunos de mis pacientes son camioneros. Van a Holanda y Alemania o pasan el túnel bajo el Canal de la Mancha, como yo voy al Bar Marilín. Ya no hay arrieros como los que en su tiempo pasaron por la carretera de Santa Catalina, como los que ensalzó como nadie Atahualpa Yupanqui en una de las canciones más emotivas que conozco. Y ahora tengo el pesar de no haber reparado en los asnos de mi infancia y mi juventud, en el de la noria, en el de la panadería, en los dos que llevaron a mis antiguos pacientes a que les tomara la tensión. Pero sé que es mejor así y que ahora la lucha y el recuerdo debe ir dirigido a que nadie cumpla el papel de aquellos burros.

1 comentario:

  1. Muchas gracias por la referencia, apreciado Manuel.

    Lo tuyo, además de la medicina, es la prosa. Me parece que te superas con el tiempo, o a mi me gustan más tus escritos, apuntes y reflexiones.

    Un fuerte abrazo desde Valencia, hoy nublada y lluviosa.

    Fernando

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