jueves, 28 de octubre de 2010

Runner y Goodbyeman

El uso correcto de las preposiciones es difícil. Lo es en castellano y lo es en inglés. Así, tengo que escribir que este blog se redacta normalmente "on a Mac" y creo que uso adecuadamente la preposición inglesa. Pero a donde yo quiero ir a parar es que, en primera instancia, lo que me gustaría es que su redacción estuviese hecha en un muy buen castellano. Por éso, los términos en otras lenguas serán escasos. Hoy, sin embargo, me he visto obligado a recurrir al inglés paupérrimo que conozco para bautizar a dos personajes. Lo he hecho así porque tengo que reconocer, sin que ésto sirva en absoluto de menoscabo para el español, que el inglés tiene cierto encanto para los motes o nicknames. A falta de conocer los verdaderos nombres o apodos de los personajes, quedan bautizados a los solos efectos de su ocurrencia en este blog, como queda dicho en el título de la entrada.

Runner, evidentemente, corría. Corría por toda la carretera de Santa Catalina de sur a norte y de norte a sur. Como el bus 6, iba desde El Charco al Alias y viceversa como un Sísifo pedáneo en un eterno ir y venir, en un viaje de mutuos retornos que no parecía tener fin. Corría atléticamente, como le hubiese gustado a Miguel Ángel verlo para esculpirlo. La cabeza erguida, el mentón prominente, la vista en el horizonte, el tórax poderoso en enérgicas respiraciones, los puños cerrados, piernas y brazos nervudos de musculatura a  punto de ser disecada, los antebrazos flexionados 90º en acompasados movimientos de biela de locomotora, la zancada enérgica y justa, golpeando el asfalto del arcén sin descanso y levantando luego el pie para que el talón buscara la nalga. Todos los usuarios de Santa Catalina lo veíamos en su inacabable y rápida carrera a diario y diariamente y no parecía recorrer otro espacio físico que el de esta carretera. No se sabía a ciencia cierta por qué corría ni si, aparte de hacer ésto, tenía otra misión en la vida. La leyenda urbana que se tejió en torno a él, aseveraba que se estaba preparando las oposiciones a bombero. Pero un día, desapareció.

Goodbyeman, evidentemente, decía adiós. Decía adiós con la mano -que es tanto como decirlo en todos los idiomas- a cuanto coche pasase por su observatorio de la carretera de Santa Catalina, ubicado en torno a la gasolinera y el bar Marilín. Daba igual su cilindrada y potencia, el color de su carrocería o el número de puertas y no importaba que fuese el coche de la policía o el carro de los muertos. Y decía adiós con convicción y sin desaliento, lo mismo en verano que en invierno, hiciese frío o calor, sin importarle que le respondiesen o no. Parece ser que su cerebro se resquebrajó con la edad y que su insanía mental le condujo a este sano vicio de decir adiós impenitentemente. Aunque nunca hablamos una palabra, me hice amigo suyo. Cuando ya iba llegando a su lugar de aposento, refrenaba un tanto la marcha del coche, lo buscaba con la vista a ver si estaba a la derecha o a la izquierda y, al pasar a su altura, nos intercambiábamos el saludo con la mano y la sonrisa. Quiero pensar que llegó a identificarme, a mí o a mi coche pero ya nunca lo sabré porque un día Goodbyeman desapareció.

Ninguno de estos dos hombres forman ya parte del paisanaje de la carretera de Santa Catalina. Goodbyeman se fue para siempre. Runner, si es cierta la leyenda, conseguiría su plaza de bombero. A veces, los médicos coincidimos con éstos pero, si un día encontrara al antiguo opositor, no reconocería en el hombre de uniforme ignífugo y casco rojo al de la camiseta, calzonas y bambos. Lamentablemente, no tengo fotos de ninguno de los dos. Así que pego en el blog aquellas de los sitios que les eran propios: las casas por las que andaba Goodbyeman, al lado de los "Vinos Gallego", la gasolinera donde ahora venden hasta las ínclitas Pastillas Juanola, junto a la carpa de los coches de ocasión donde se empleaba a fondo Runner y la cruz desolada que da nombre al carril. La próxima vez que vaya al bar Marilin, rezaré en ella por el eterno descanso de Goodbyeman, para que dotado de alas de ángel, siga diciendo adiós a los cometas y a las estrellas fugaces y ¿por qué no? para que San Juan de Dios, proteja a Runner del fuego y, sobre todo, para que si algún día me tiene que salvar de él, no le falte el fuelle a los pulmones que tanto ejercitó.

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