Me he echado por amigo pandillero a Antonio Villafaina, uno de los autores del excelente blog Salud y otras cosas de comer. En un mensaje me decía que para escribir un blog había que ser un poco gamberro. Estoy de acuerdo por que no deja de ser un desatino escribir con la intención de que otra persona pierda su tiempo leyendo lo escrito. Claro que es muy posible que el autor piense que lo escrito es bueno y que la humanidad necesita leerlo como también el gamberro piensa que su acción incivil resulta, cuanto menos, graciosa u original. Ésto podría ser hipótesis pero creo rigurosamente cierto que, tanto la escritura de un blog como la gamberrada, tienen un mucho de deshago o exabrupto, el uno mental y el otro físico.
Nadie lo diría al verme pero lo confieso: soy un gamberro. Debajo de mi aspecto de formalidad, correctamente vestido, con corbata y chaqueta, con los puños de la camisa impolutos y los zapatos exquisitamente lustrados, hay un vándalo y un atracador de bancos. Pero casi nunca he ejercido como tal porque han vencido en mis decisiones el control de la buena sociedad a la que pertenezco y una natural torpeza para ciertos equilibrios y habilidades físicas que requiere la vulgar gamberrada. De niño, solo recuerdo que iba con los amigos a tirar bombillas fundidas a casa de alguna anciana. Se trataba de hacerse con la bombilla ya inservible, conjurarse el grupo, elegir la víctima propicia, llegar hasta su puerta, abrirla de malos modos y de sopetón y el que llevaba la bombilla, lanzarla con decisión contra el suelo del portal. La ampolla explotaba (o implotaba que no lo tengo claro), uniéndose el ruido del proceso físico al de los cristales rotos. Luego era la huida en desbandada dejando atrás los improperios, insultos y maldiciones. La que ahora es mi mujer, que vivía sola ejerciendo de maestra rural, sufrió la pueblerina broma por parte de los quintos. Recién llegada de su Salamanca natal y no acostumbrada a estas bravatas rurales, quiso hacer intervenir a los Cascos Azules hasta que los compañeros le explicaron que era costumbre ancestral y que debía tomárselo con sentido del humor.
Me hubiese gustado romper una bombilla encendida, de las del alumbrado público, de una pedrada. Es una gamberrada exquisita, un sutil acto vandálico. Al amparo de la noche, por la callejuela, se ve la luz débil de la lamparilla, fijada a la pared mediante un sencillo soporte metálico dotado de una tulipa. Pero la bombilla está ahí, indefensa, al alcance de la piedra. Se busca una apropiada, de tamaño idóneo, ni muy grande ni muy chica. Quizás incluso ya se lleve en el bolsillo porque la mala intención se abrió paso en la mente cuando el pie tropezó un rato antes con la piedra adecuada. Se sopesa, se tantea, se toma puntería y el tiro sale exacto para golpear el frágil cristal. El ruido de la explosión (o implosión), el de la piedra rompiendo los cristales y golpeando la tulipa y luego el de aquella al caer al suelo. Y ahora, el silencio y la oscuridad, un perro que ladra y unas risotadas ahogadas. El acto destructivo perfecto ha consumado en unos segundos. Pero ¡ay! yo soy torpe. Nunca supe tirar piedras con precisión. Posiblemente, si hubiese intentado romper una bombilla, habría fracasado al primer intento, la piedra cayendo al suelo sin alcanzar su objetivo. Y al segundo, y al tercero...Y ya todo pierde su gracia y yo quedaría mohíno y avergonzado y los remordimientos se abrirían paso en la conciencia porque nos arrepentimos más de las malas acciones fracasadas que de aquellas en las que hemos logrado el objetivo aunque éste sea maligno.
Ya no hay bombillas de incandescencia en el alumbrado público. Ahora son altas farolas con lámparas de descarga en vapor. Muy difícil alcanzarlas con una piedra no solo para mi sino tal vez también para un gamberro experto. O quizás, ya no está de moda. Desisto, pues, de retomar el tema. Ahora preferiría hacer shoefiti, actividad ligada a múltiples leyendas negras pero que puede reconducirse como arte tribal y espontáneo. Pero estamos en las mismas: ¿seré capaz de lanzar con precisión las zapatillas anudadadas por los cordones? ¿Quedaran airosas y estéticamente colgando de los cables de la luz? Lo más seguro es que cayeran una y otra vez al suelo, dando tiempo a que acudan los municipales y me digan éso de "pero a usted no le da vergüenza..." Tampoco puedo incendiar un contenedor de la basura sin grave riesgo de quemarme las manos. Y me gustaría ¡claro está! pintar grafitis pero mis dotes pictóricas son escasas, o ir con la motillo echando leches con el tubarro metiendo metralla pero seguro que me rompería la cabeza al primer frenazo. Como le dije al también excelente bloguero Enrique Gavilán, he pensado que algun grafitero experto me decore la puerta de entrada de mi consulta e incluso alguna pared de ésta. Pero dudo de que mis superiores me den permiso y de que mis pacientes vean éso como acto propio de la sensatez y cordura que se le supone a un médico.
Así que no tengo más remedio que refugiarme en este blog y hacer gamberradas con la escritura. Dejar libre el pensamiento y las ideas y reclamar ese aire canalla que tan bien viene en un mundo edulcorado y de puñaladas traperas con guante blanco.
Encantado de descubrirte, Manuel; llevo ya una hora leyendo el blog.
ResponderEliminarUn saludo de otro gamberro.
Muchas gracias por tu comentario.
ResponderEliminarYo te llevo ventaja. Ya hace teimpo que conocía tu recomendable blog y te he visto el careto en "fotos de familia" que me enseña mi hija.
¡Ánimo y mucha suerte en el MIR!