martes, 2 de noviembre de 2010

Difuntos

Ayer fue el Día de Todos los Santos. Vestiduras litúrgicas blancas en recuerdo de la inmensa y apocalíptica multitud que acababa de salir de la gran tribulación. Hoy, día morado, auténticamente fúnebre.

Toda esta noche pasada, ha ardido la vela en el salón de casa. Es un rito ancestral. Recuerda a nuestros muertos y les dice a sus ánimas que, por favor, no vengan a visitarnos que, sin duda, ellos están bien donde estén. En mi pueblo, se llevaban al cementerio faroles de aceite y alli estaban, en cada nicho, uniendo su luz mortecina al tembleque íntimo de la noche de difuntos. Por este motivo, de niño, tenía asociado el olor del aceite a los muertos por lo que un escalofrío me recorría el espinazo cuando me acercaba a una alcuza. Ya reconciliado con la muerte, quizás porque soy mayor, quizás por cierta displicencia de médico, me he reconciliado también con el olor del aceite y me resulta grato apreciarlo en ricas ensaladas.

Por "razones del servicio" esta entrada se escribe utilizando modernas tecnologías móviles. Me gustan, me fío de ellas. Es posible que pensemos que nos atan a la vida y que nos alejan de la última y definitiva decrepitud. Pero la bateria de Li-ión se acaba. Tiene un número de recargas antes de ir al cementerio de reciclaje. También el pábilo de la vela vacilará y se apagará. Y para nosotros, humanos, la muerte y después...posiblemente nada.

Pero, sin embargo, que resuene para la esperanza el verso inmortal de Quevedo: "polvo seré, mas polvo enamorado".

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