Un breve apunte para dejar constancia que ayer, a la hora de la siesta, pasó la Vuelta Ciclista por la Carretera de Santa Catalina. Ya había visto yo, al volver a casa después de una consulta ajetreada, que en algunas esquinas había colchonetas y que, por las cercanías de casa, habían desaparecido los coches aparcados. De todas formas, me dispuse a comer un rico almorraque con sardinas vuelto de espaldas a la tele en la que la familia veía el evento pero, cuando la raspa de la segunda sardina quedó limpia, lo tuve que dejar: iba a salir la carretera de Santa Catalina y quería verla.
Así que vi a los ciclistas subir a la Cresta del Gallo y luego bajar por El Valle, girar a la derecha hacía la calle La Paz sin que ninguno impactase en las colchonetas, pasar por debajo de las zapatillas que hacen shoefiti en el transformador, llegar a El Charco y enfilar la carretera de Santa Catalina para recorrerla de sur a norte. Cuando oí que el helicóptero retrasmisor se acercaba, tuve tentación de salir a la calle y hacer aspavientos, como naufrago en la isla desierta, pero me abstuve porque supuse que el cameraman no me iba a hacer caso y porque quería ver la carretera de Santa Catalina en la tele.
Pero no la vi o, en todo caso, no la reconocí como tal. Porque a mí, más que a los ciclistas propiamente dichos, me interesaba ver las casas y locales, las vallas publicitarias y las paradas del bus 6, los limoneros y las palmeras. Pensé también que toda la carrera, coches motos y bicicletas, haría un alto en el bar Marilyn para el avituallamiento. Hasta el helicóptero habría podido aterrizar en la carpa del coches usados que hay enfrente. Pero no, siguieron impertérritos su camino. De hecho, no vi en la tele el bar porque la cámara miraba al otro lado y solo pude vislumbrar el cartelón con los precios de los carburantes en la gasolinera donde, además de lubricantes y aditivos,venden lentejas de La Armuña, aceite de oliva de Jaen, la baguete para acompañar y el gas butano para cocinar. Una lástima que el nazismo saludable nos haya quitado de allí el tabaco de emergencia.
Y cuando vislumbré que la carrera llegaba a El Alias para entrar ya en la ciudad, el evento perdió su encanto y volví al almorraque y a las sardinas. Cuando hoy vuelva del Centro de Salud, miraré si han quitado las colchonetas porque este trabajo que subyace a las parafernalias mediáticas es el que realmente me interesa.
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