Cuando, con 9 años, me fui interno al colegio de los jesuitas, en casa se preparó un gran baúl donde se transportaría la ropa y el ajuar necesario para la larga permanencia de todo un curso escolar. También tuvo que aprender algunas habilidades básicas como la de hacerme el nudo de los cordones de los zapatos. Afortunadamente entonces no había que hacer una larga exposición de motivos, ni una introducción, ni una justificación en la que se leyera que "la inmensa mayoría de los niños no saben hacerse el nudo de los zapatos y es, por tanto, un gran problema social...etc, etc" como ahora hacen muchos de los vividores del cuento. Yo no sabía hacerlo, me enseñaron, lo aprendí tras sucesivos y metódicos ensayos y punto. Juan el Bautista no se consideraba digno de desatarle la correa de las sandalias a Jesús de Nazaret. No era esto un mero comentario cortés. Atar y desatar la correa de las sandalias, quitarlas y ponerlas, era tarea del más bajo de los esclavos. El Talmud dice que el discípulo debe hacer a su maestro lo mismo que el esclavo con excepción de atarle las sandalias. Y volviendo a Juan en su mazmorra, poco antes de ser decapitado, nos cuenta Oscar Wilde como Salomé se demora en su baile ante Herodes porque espera que las esclavas le traigan los siete velos, el perfume y le quiten las sandalias. Luego, en una espantosa escena de amor perverso, Salomé besa los labios rojos de la cabeza de Juan mientras musita terribles palabras:
"¡Ah! He besado tu boca, Jochanaan. ¡Ah! La he besado, tu boca, había un sabor amargo en tus labios...¿Sabía a sangre? ¡No! Pero sabía quizá a amor...Dicen que el amor sabe amargo. ¿Pero qué importa? ¿Qué importa? He besado tu boca, Jochanaan. La he besado, tu boca"
En cambio, José el Francés nos canta que ya no quiere besar unos labios porque otro los ha besado...
Pero, en realidad, nada de eso tiene la importancia de que yo, a su debido tiempo, aprendiese a hacerme el nudo de los cordones de los zapatos. Mi madre, con exquisitez normativa, distinguía la lazada del nudo. La primera podía deshacerse airosamente tirando de uno de los extremos del cordón. El nudo, en cambio, esta hecho sobre la lazada y es más conflictivo deshacerlo. Bien porque entonces no había costumbre de hacer este definitivo nudo, bien porque los cordones fuesen más resbaladizos, era frecuente encontrar gente andando con los zapatos desabrochados y los filamentos arrastrando por el suelo. Se debía, como norma de elemental cortesía, advertir de esto al desprevenido ya que de lo contrario podía pisarse los cordones en una especie de autozancadilla, caer al suelo y sufrir una fractura pertrocantérea de fémur derecho. El caso es que mucha gente se paraba en medio de la calle a atarse los zapatos y, en las películas policíacas, el espía disimulaba ante el sospechoso fingiendo que hacía esta maniobra. Caritativamente, se le ataban los cordones a los niños y se les volvía a insistir en que tuvieran cuidado con caerse.
Nada de esto se ve ya y el caso es que no se exactamente por qué. En el caso de los niños, supongo que será porque las abuelitas previsoras les compran zapatos dotados de velcro o tal vez con una goma en el empeine que evite el engorro de los cordones. De hecho, la coordinación neuromuscular debe ser fina para permitir que el ser humano haga un nudo correcto aunque creo que esta habilidad no se contempla en esas melifluas escalas que miden el desarrollo psicomotor. Pero, en el caso de los adultos, la cosa se complica. Puede ser que se usen más zapatos sin cordones. La muchachada, ellos y ellas, llevan calzado deportivo que o bien van desfarfaladamente desabrochados aunque puede ocurrir que la cordonería adopte bizarras combinaciones o bien llevan un nudo hecho de una vez para siempre pero poco ajustado que permite ponerlos y quitarlos. Y los adultos maduros hemos aprendido a hacer lazada y nudo en un ritual de quita y pon matutino y nocturno que, como buena adquisición de la infancia, podemos realizar incluso a oscuras. Eso si, hay que tener algo que sirva de levanta pies y no ponerlos encima de la cama para no manchar las sábanas del ajuar. De hecho, yo es lo primero que busco cuando llego a la habitación de un hotel y cada vez lo tengo más difícil por la mandanga del diseño o por ese otro señuelo para catetos del "encanto". Siempre queda el último recurso de la taza del water pero su altura no es la idónea.
Ignoro también como se resolverá la cuestión en una cita clandestina o en las peripecias del sexo mercenario. Que el caballero se desate los zapatos puede marcar un impasse impactante pero si, con los nervios del momento, el nudo se muestra rebelde y hay que aplicarse a él con ahínco, la magia del ramo de rosas rojas puede romperse. Pienso en esto mientras paseo por la carretera de Santa Catalina aun con calor lo que me permite ir con unas cómodas sandalias que se ajustan al pie gracias a un práctico cierre de velcro. Porque mi ruta es la de acceso a algunos de los más frecuentados "picaderos" de la ciudad. Pero ahí no hay problema porque el amor de emergencia se practica con los zapatos y el preservativo puesto. Luego el médico les dirá consejos viejos y, si tiene tiempo, hasta quizás les explique como hay que hacerse el nudo de los zapatos.
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