Cuando llego al Centro de Salud para cumplir asalariadamente mi jornada laboral, lo primero que hago es encender el ordenador e intentar conectarme a la aplicación informática que me servirá de guía a lo largo del trabajo y me permitirá imprimir las recetas que se llevarán mis enfermos donde consta la medicina que les procurará el alivio de sus males. Arduo esfuerzo el de la conexión. Prolijo, lento y lleno de distintos avatares (no confundir con el bicho de la peliculilla que no he visto ni tengo interés en ver) y de zozobrantes ocurrencias. Pero lo peor es que, de manera insistente y repetitiva, aparece un mensajito que se acompaña de un beep de Windows que dice algo así como "el servidor seleccionado no está aceptando conexiones". "¡Servidor, gilipollas!" le digo la primera vez que esto ocurre, "tus muertos, servidor", le digo la segunda vez y "¡tócate los huevos, servidor", la tercera. El último exabrupto suele surtir efecto y el servidor, viendo el cariz que toma mi enojo, decide permitirme la conexión tras unas últimas comprobaciones que ya hace de manera rutinaria y amedrentado.
Esto de no aceptar la conexión me ha recordado, en la mañana sabatina de guardia, a aquellas jóvenes que, en mi mocedad, no quisieron bailar conmigo. La verbena pueblerina era en la plaza y la orquestina ocupaba un estrado levantado al efecto donde se colocaban los distintos músicos dominados por el yamba con sus bombos, sus platillos y aquel taco grueso de madera o aquel a especie de cencerro que daba el toque maestro y brioso a los pasodobles obligando a los danzantes a dar un quiebro en sus evoluciones. Sé que ahora los DJ miden en su mesa de mezclas, o incluso los calculan de oído, los beats de cada canción y las acompasan con la ayuda del crossfader para que los bailarines no se vean forzados a giros desatinados pero entonces era el ta ca ta ca tá de la madera o el to co to co tó del metal el que imponía la pauta. Pero sean los beats de la mesa de mezcla o el sonido enervante de baqueta, taco o cencerro, lo que importa es que yo siempre he sido mal bailarín. Quizás fuera por eso por lo que algunas de las chicas de entonces no quisieron concederme ningún baile cuando me acercaba hasta ellas solícito según la etiqueta de la época
O quizás no. Entonces yo no era médico y sabia poco del ser humano y sus comportamientos vitales. ¿Quien puede saber lo que pasa por la mente de una mujer cuando rechaza un baile? ¿Es una decisión meditada? ¿Es fruto de la intuición o el sexto sentido femenino? ¿O es un arrebato, un impulso momentáneo, del cual puede arrepentirse más tarde? Ya nunca lo sabré. Cambiados los tiempos y mudadas las costumbres y siendo el baile discotequero más espontáneo y supongo que para nada sujeto a protocolo, ni yo ni nadie podrá hacer el necesario trabajo de campo que aclare la duda. Algún optimista argumentará que el estudio puede ser retrospectivo, preguntando a mujeres de mi edad o mayores porque rechazaban bailes y bailarines. Pero ¿serían fiables sus respuestas después de 40 años, tiempo más que suficiente para que caduquen las sardinas en lata y los delitos prescriban? Indudablemente no porque tendrían el sesgo de la vida ya transcurrida, de saber las respuestas a las preguntas que se hicieron entonces y de conocer que ha hecho el destino con aquel mozo que rechazaron.
Pero sí estoy seguro de que el servidor informático me rechaza por maldad, por ser intrínsecamente perverso, por ganas de fastidiar. No acepta la conexión con premeditación y alevosía y no por las razones etéreas y lánguidas de las chicas de mi mocedad. Por eso le insulto llegando incluso al humillante "¡tócate los huevos!" Pero esta lucha con el servidor la veo enérgica, propia ya de la grandeza de la madurez. En cambio, aquellas negativas de la primera juventud las recuerdo sin nostalgia, sin sensación de haber perdido algo irreparablemente, propias de unos años en las que actuaba más por mimetismo que por propia convicción. Pero ¿es cierta también la recíproca? ¿Se perdieron ellas algo por no bailar conmigo? Eso ya no lo sé.
No hay comentarios:
Publicar un comentario