Hace poco tiempo, compramos una nueva y moderna cafetera en sustitución de otra ya algo estropeada. Leído que fue el libro de instrucciones, pusimos la máquina en marcha y funcionó a la primera tal y como estaba previsto. Desde entonces, muy de mañana, todavía de noche a pesar de los amaneceres tempranos del Levante, acciono el interruptor para tomar el primer café de la casa con cinco galletas María. Y entonces se desencadena un ritual de ruidos, crujidos, crepitaciones, vibraciones, luces intermitentes y erupción de chorros de agua caliente, en una estereotipia cuya finalidad última se me escapa. Teóricamente, todo ello debe ir encaminado a preparar la cafetera para que haga un buen café pero, en esa lucidez del amanecer similar a la de la madrugada, me malicio que no, que toda esa parafernalia son solo efectos de luz y sonido destinados a impactar a mentes crédulas.
Me viene a la memoria el recuerdo del Mago Electrónico, un juguete que me trajeron los Reyes Magos y que fue de mis favoritos. Se trataba de una caja rectangular que, al abrirla, mostraba unas hojas de papel divididas en dos círculos, uno con preguntas y otro con respuestas. El Mago Electrónico, propiamente dicho, era una figura de robot dotado de una varita señaladora. Se colocaba el Mago en el primer círculo de preguntas y se giraba hasta que la varita señalaba una de ellas. Luego se llevaba al segundo circulo y se ponía sobre un espejito y ¡oh, maravilla! el Mago giraba solo, impulsado por una fuerza misteriosa, hasta que su varita señalaba la respuesta exacta. Aunque yo entonces no sabía los fundamentos del método científico, no dejé de realizar unas sencillas pruebas que me garantizaron la objetividad y la reproducibilidad de las acciones del Mago y me convencí de que se trataba de un ente inteligente y que sus exactas respuestas no eran fruto de la casualidad o del azar. También me di cuenta de que las hojas de papel ocupaban una pequeña parte de la altura de la caja y de que, cuando se quitaban todas, aparecía un fondo de cartón blanco. Esto me hizo suponer que, debajo de aquel fondo, estaría todo un complejo mecanismo de poleas, ruedas dentadas, contrapesos, engranajes y rodamientos a bolas que permitiría expresarse a la inteligencia del Mago.
Y un día me atreví. Quité todas las hojas de papel con preguntas y respuestas y tanteé el fondo de cartón blanco. Me percaté de que, contra lo que yo esperaba, se podía retirar fácilmente y lo levanté. Y vi con gran sorpresa que debajo del cartón no había nada. Solo un espacio que se me antojo enorme pero absolutamente vacío. Aquella misma tarde, mi padre me explicó que el Mago Electrónico tenía en su base un imán que orientaba en el primer círculo sus líneas de fuerza y que, al colocarlo en el segundo círculo sobre otro imán, las mismas líneas de fuerza lo hacían girar para colocarse según las leyes físicas del magnetismo. Había, pues, una explicación racional y lógica para la inteligencia del Mago pero no por éso el juguete perdió su encanto sino que, por el contrario, su magia se agrandó. Ahora yo sabía el por qué de las cosas y me resultaba más emocionante pensar en aquellas líneas de fuerza magnéticas trabajando para mi que unos mecanismos desconocidos de los cuales ignoraba su utilidad práctica. Años más tarde, los jesuitas me enseñaron Física, la regla del dedo pulgar de los electroimanes y el carrete de Ruhmkorff cuyas elevadas diferencias de potencial podían aplicarse a un tubo de Crookes para producir rayos X y ya todo el rompecabezas encajó perfectamente.
Debe de pasar lo mismo con la moderna cafetera casera. Seguro que todos esos ruidos, crujidos, crepitaciones, vibraciones, luces intermitentes y erupción de chorros de agua caliente, tienen una explicación lógica. Así que, arriesgándome a las iras conyugales, una mañana de domingo desoficiada abriré y desmontaré la cafetera hasta que sepa para que sirven cada una de sus piezas y que responsabilidad tienen en la parafernalia de luz y sonido y como, de unos granos tostados y negros y del agua del garrafón, sale ese rico café humeante y sabroso. Y sabré de una vez por todas si aquella, la parafernalia, tiene utilidad práctica o es un engaño para mentes simples y bienintencionadas.
El Mago Electrónico me lo trajeron los Reyes Magos. Afortunadamente, todavía me siguen regalando cosas, algunas verdaderos juguetes y sigo sin comprender como pueden llegar en una noche a todas partes. Pero ahora no se a quien preguntarle por este misterio y no me creo algunos rumores que oigo a veces. Debe de tener una explicación racional como otras tantas cosas que ignoro pero supongo que aun no tengo la suficiente edad como para comprenderlas.
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