domingo, 1 de julio de 2012

Denostación del bocadillo ( I ).


Han debido de pasar ya unos diez años de aquella noche temprana. Ana ya era una mujercita, estudiante de Filología Clásica, y tuvo el empuje de invitarme a cenar en Bocatta. Tal vez fuera Pans and Company, detalle que, para el caso, da igual. De todas formas, creo que estos establecimientos han desaparecido de Murcia o, en todo caso, perviven con el cierto desdén por mi parte de que siempre gozaron. Digo que, antes nunca de aquella noche, había entrado en ninguno de estos locales por lo que le agradecí a Ana su invitación que me daba la oportunidad de ver y gustar que cosa era lo que le servían al hambriento. Llegados a la calle Platería cerca de las Cuatro Esquinas -que este detalle si lo recuerdo- le dejé a ella la iniciativa de pedir lo que quisiera para sí más lo que suponía que a mi me iba a agradar. Nos dieron una bandeja sobre la que descansaban dos bolsas de papel alargadas, nos acomodamos en una mesa y yo me dispuse a abrir mi recipiente. Lo hice, metí la mano y saqué...¡un bocadillo!. Lo miré y remiré estupefacto, palpé la bolsa y la coloqué boca abajo, agitándola, para cerciorarme de que no había nada más, sostuve el pan en alto con lo que quiera que llevase dentro y, bastante mohíno, le dije a Ana: “Niña...pero ésto...¡es un bocadillo!”. “¡Claro! ¿Qué pensabas que te iban a dar?” “Pues no sé, no tenía ni idea...pero yo esperaba ¡otra cosa!
Ahí está el quid, en esa otra cosa esperada, en ése no saber lo que te deparaba el destino y que las suertes se resolvieran con algo trivial y denostable que me hizo inmediatamente calificar el local como cutre y tabernario, pero sin encanto. Les pasó lo mismo, porque también esperaban otra cosa, a aquellos “Los Jateros”, grupo folclórico de Fregenal de la Sierra que en una de las Romerías de Calera vinieron a actuar en la explanada del monasterio de Tentudía. Lo hicieron. Cantaron y bailaron vestidos de extremeños para disfrute del pueblo que volvió a enterarse de que un sereno se dormía delante de una cruz bendita. Terminada la actuación, buscaron el refrigerio que debía ofrecérseles no sé bien si por cortesía y hospitalidad o porque estuviese así recogido en cláusula contractual. Y llegaron hasta una enorme pero simple caja de cartón de donde, una vez abierta, sacaron...¡un bocadillo para cada uno! Yo era entonces un joven directivo de la Hermandad de la Virgen, una de las organizadoras del evento, y así me tocó lidiar con el motín de los danzantes que protestaron enérgicamente por lo que consideraron marcada tacañería y falta de atención a sus méritos. Aun veo a una señora de gafas que hizo memoria ante mi de los manjares que les habían ofrecido en otros lugares, inconmensurablemente más exquisitos que aquella miseria. He olvidado cómo acabó el asunto. Sé que no hubo sangre pero no recuerdo si llegaron a comerse los bocadillos o se declararon en huelga de hambre. Por mi parte y dado que yo era representante de la autoridad religiosa, supongo que me evadí echándole la culpa a la autoridad civil del Ayuntamiento o tal vez a la militar del maestro armero, no recuerdo bien. En todo caso...¡quién les iba a quitar lo bailao!
Y es que no siempre el bocadillo ha sido para mi objeto de denostación. Por éso, en su momento, no comprendí bien el enojo de “Los Jateros”. Fue merienda estudiantil durante los siete años que pasé con los jesuitas en sus variedades de mortadela y salchichón y la ínclita de dulce membrillo. Lo consideraba una cosa buena y apta, escasa en complicaciones y fácil de comer, sin necesitar apoyatura de cubertería que, en la niñez, se te antoja enojosa, compañero de viajes en tren de vapor donde los caballeros podían fumar y aún de los bares de carreteras que aprendí a conocer en las primigenias correrías con el 600. Y luego vinieron los sandwiches y las hamburguesas y aquello fue el no va más. ¡Cuanta modernidad, cuanta progresía americana, cuanta sensación de libertad que te alejaba de la España pueblerina y de la cerrazón del chorizo!
Fue aquel entusiasmo el que sentí la primera vez que entré en un burger. Era ya médico recién licenciado, con la papeleta del último examen aprobado en el bolsillo, la que llevé a Madrid para poderme matricular, por los pelos, en las oposiciones de APD. Las mismas oposiciones que, según reciente Real Decreto, me condenarán a acabar mis días profesionales ejerciendo de portero o conserje. Pero ésto ya ha dejado de importarme y lo asumo con el mismo estoicismo que, según sus discípulos, Sócrates bebió la cicuta. A lo que interesa: no sé de aquellos días madrileños si fue más heroico el aprobado opositor o entrar en el Burger King cual neófito y salir doctorado. Quizás supiese que existían aquellos establecimientos pero nunca me había enfrentado a uno ni conocía su íntimo funcionamiento. Pasé por la calle Arenal, cerca del hotel donde paraba, y el neón de la corona me atrajo. Pero cuando me vi dentro, todo fueron dudas. Pensé en buena lógica sentarme en una mesa y esperar a que un servicial camarero me trajese algo así como una carta y que luego tomase nota de la comanda. Algo en mi interior me dijo que aquello no iba a funcionar y di algunas vueltas por el local fingiendo que buscaba a alguien. Una megafonía cantarina me llevó hasta un mostrador, contemplé, oí y supe. Habían triunfado la intuición y las dotes de observador, las mismas que luego me permitieron enfrentarme a conspicuas enfermedades y enfermos.
Y así, en la época que en otro momento rememoraremos de los llamados drugstores, dejaremos por hoy al bocadillo que pasará de aquella victoria trompetera del 7º de Caballería a ser tristemente denostado.

2 comentarios:

  1. Estoy desenado leer "Denostación de bocadillo II", que ocurrira en el Burger King? No me lo puedo ni imaginar!! Jeje
    Aunque esa parte ya me suena un poco, me he reido un montón con la anécdota de la romeria de Calera, veo que aun me quedan historias que conocer..Besitos!!

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    1. Pues yo también estoy deseando leer la segunda parte y la tercera, si la hubiera, para enterarme de lo que pasó en el Burger King. Porque, como dicen los escritores, las historias tienen vida propia y son independientes de quien las relata que actúa como un simple escribano. Así que, en esa segunda parte nos enteraremos todos de como eran los drugstore y qué paso en ellos durante el bocadillo de las madrugadas.
      + Besitos.

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