domingo, 5 de diciembre de 2010

La planilla.

La mañana dominical ha amanecido fría aunque menos que la de ayer. Nubarrones pardos, según la típica expresión poética, que dejan caer una fina llovizna. A pesar de eso, he prescindido del coche y ido andando hasta El Charco disfrutando del día otoñal aunque los días otoñales debieran disfrutarse en París. Inasequibles al desaliento, en el Willow montaban la terraza esperando el probable sol de después del mediodía. Las sillas, que han pasado la noche en la calle, encadenadas y cubiertas con un plástico, estaban siendo limpiadas para quitarles los últimos restos de agua.
Pero ahora, vuelto a la bodega y a la espera de la expedición a “El Tiro” para empezar a ver que le pedimos a los Reyes Magos, tengo frío. Y éso que la bodega está más cerca del infierno. No es para dar pena a nadie porque, por supuesto, no la merezco pero tengo frío. El matriarcado enciende la calefacción al comienzo de la tarde porque a primera hora debe airearse la casa y la gran pantalla del Mac no da calor. Escribo con el chaquetón puesto y solo me falta la bufanda y los mitones para parecerme a los artistas pobres y bohemios o al escribiente Bob Cratchit explotado por Scrooge. Tenía que escribir sobre otras cosas pero haré solo esta breve entrada. En cambio, cuadricularé la planilla de las guardias, una de mis misiones en el Centro de Salud. No necesito para ésto inspiración y puedo hacerlo frotándome las manos y con la mente en blanco pues se trata de un trabajo mecánico y rutinario. Y ¿por qué no necesito pensar? Fácil respuesta: porque voy a decir la verdad. La planilla se hace inexorablemente colocando a cada uno justo el día que le corresponde. Nunca ha habido piedad para los pocos que han sugerido alguna trampa, normalmente para que le toque la guardia indebida a un sustituto.
No hay mentiras, pues, en la planilla. No puedo decir lo mismo de este blog donde todo debe ser a mi mayor gloria de gamberro, incumplidor, mala persona y canalla redomado. Y éso cuesta trabajo y el frío me ha descolocado. Diremos mentiras en otro momento porque hasta en el amor las hay.

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