domingo, 12 de diciembre de 2010

Traslados.

Yo vine a Murcia en virtud de un concurso de traslado. Vine engañado por el B.O.E. porque, en la lista de vacantes, anunciaba que había cinco en la ciudad, una ciudad que me era desconocida y que yo creía metropolitana y compacta. Si hubiese sabido la verdad, que iba a ir a parar a una entonces oscura pedanía, no hubiese venido. Y así me habría perdido para toda la eternidad La Alberca, Santo Ángel, El Charco, la Carretera de Santa Catalina, El Reguerón, el Bus 6 y el Bar Marilín. De todas formas, me vine voluntariamente. Digo ésto ahora que hay movida con los traslados de médicos. No entraré en los entresijos de las disposiciones oficiales, ni en las entretelas de las campañas sindicales, ni en cómo afecta el traslado a la vida profesional y aun familiar de muchos compañeros. Ésto lo hacen con acierto blogs amigos como el Desembarco de la Flota. Yo voy a otra cosa, a otra faceta más íntima y personal, la visión del que no se mueve nunca, la del que, con casi total seguridad, se jubilará o, Dios no lo quiera, se morirá en el mismo puesto que ahora desempeña.
En este último traslado, se han tenido que marchar del Centro de Salud de La Alberca dos grandes compañeros: Pascual López y Paco Sarabia. En la escasa tertulia por las premuras del tiempo, pudimos hablar de religión, de música, de poesía y de whisky que es, por tanto, hablar de todo. Compartimos el aseo de caballeros, el mechero y la copa de vino que es, por tanto, compartirlo todo. Ellos se fueron y yo me quedo. Ya van para 26 años ininterrumpidos los que llevo en La Alberca, en la misma consulta, en la misma briega. Durante este tiempo, son ya muchos los médicos, los enfermeros y enfermeras y mucho el personal administrativo que han llegado, han pasado y se han ido. No los recuerdo a todos, sería imposible. De algunos me han llegado recuerdos, saludos, referencias. De otros nada, el olvido. Hay quien ha estado un tiempo largo, meses, años quizás. Otros pocos días, un solo día incluso. Es muy posible que haya a quien ni siquiera llegué no ya a conocer, sino tan solo a ver cruzándome con ella o él por algún pasillo, alguien cuyo conocimiento me hurtó el destino, dos vidas que se acercaron milimétricamente y no se tocaron.
Repito que no entro en consideraciones laborales ni en injustas circunstancias, ni hago una loa a tener plaza fija, ni me circunscribo a las profesiones sanitarias Solo comparo la trayectoria vital del que, voluntario o forzoso, se mueve mucho con la del que, como yo, se afinca al mismo camino de ida y vuelta, la del que va en el barco de puerto en puerto con la del que en el mismo muelle del mismo puerto, despide día tras día a los que se marchan. Comparo las vivencias y sentimientos del que mira y conoce mundo, paisajes, almas y cuerpos en un largo recorrer de veredas con las del que se sienta todos los días en el mismo banco, bajo el mismo árbol y espera que la vida pase por delante de él. Comparo y no se con cual quedarme. Porque, de entrada y pensando fría y racionalmente, las dos trayectorias vitales son incompatibles. Cabe pensar que tengas una larga vida en años y que dediques la primera parte de ella a viajes y aventuras del trotamundos y la segunda a la madurez quieta del paseo reflexivo. Es cierto. Pude falsear mi edad y apuntarme de grumete en un barco o incluso en La Legión. Pude, simplemente, ser médico inquieto y haber llevado mi ciencia y arte a “tierras de misión”, haber tomado el pulso y la tensión oyendo la caída del agua en el Iguazú o los rugidos de los leones cerca del Kilimanjaro. Pero el B.O.E. siempre ha sido benévolo conmigo y me concedió sus favores. Me otorgó tempranamente plaza en propiedad y luego me engañó ladinamente para que me viniese a Murcia y ya me quedé enredado en las palmeras, me acostumbré a comer habas y encontré bueno como ninguno el café de La Meseguera, del Willow o del bar Marilín. Y ahora que se acerca la Navidad, me gusta canturrear el Aguilando como hacen en la iglesia de Los Alburquerques, la de la carretera de Santa Catalina.
Pero he aprendido a ver los distintos matices del mismo amanecer entre los mismos tejados, a ver el mismo árbol en primavera y en otoño, a recorrer las mismas calles bajo la lluvia de abril y el sol de agosto. He conocido casas ya viejas, luego un solar y luego un moderno edificio, la mudanza de los locales, hoy supermercado, mañana bar y pasado tienda de ropa. Y mi sombra ha barrido las novedades de las losetas o del asfalto sobre el mismo punto de la tierra, mi sombra quizás ya menos esbelta y un tanto engordada. Y, sobre todo, me he empapado hasta la filigrana del devenir de las personas. He contado los años para que el niño se haga hombre y, aquel que conocí de hombre, ahora sea sencillamente viejo y aun desgraciadamente decrépito. Y hubo muchos vivos que ya son muertos y las cruces con sus nombres se cuadriculan en mi memoria como en esos tan bonitos como tristes cementerios militares.
Y quiero pensar y así lo deseo que todavía quedan muchos años. Que conoceré otros bares, otras tapas y otros cafés. Que coincidiré con otros muchos compañeros de trabajo, algunos por tiempo largo, otros por solo unos días, el tiempo justo saber los hijos que tiene, de un hola y un adiós. Que atenderé en largas consultas a los mismos enfermos y que otros nuevos vendrán, cada uno con su cara, con su cuerpo, con sus lamentos y con su alegría. Pero ya, casi con total seguridad, bajo el mismo árbol y sentado en el mismo banco. Porque así se decidió en la noche de los tiempos cuando se encendieron las estrellas y se forjó el destino de cada hombre.

1 comentario:

  1. Simplemente precioso. Enhorabuena por tu verbo y tu buen escribir. Un abrazo.

    ResponderEliminar