domingo, 19 de diciembre de 2010

Un susto.

Observé hace un par de días con aprensión que una foto de la última entrada de este blog se había borrado. En su lugar, aparecía un recuadro blanco con un enigmático signo de interrogación en el centro. No me llamó la atención pues se insertó de manera no ortodoxa. Pero luego me llevé un susto cuando vi que otras fotos de otras entradas se habían igualmente borrado siendo sustituidas por el inconsistente recuadro blanco. No pude por menos de acordarme de esas historias ominosas en las que las letras empiezan a borrarse en los libros. No me refiero a la pérdida de color de la tinta propia del paso del tiempo. Es el borramiento absoluto, la pérdida total e irreparable de las letras que van dejando en las páginas espacios blancos y aparentemente virginales, algo debido solo a un hado malicioso, a un duende travieso o, lo que es peor, a la llegada inexorable del fin de los tiempos.

Recuerdo también una historia que leí siendo muy joven, casi adolescente. En ella, se apagaban una detrás de otra las estrellas. Tenía esto que ver con los ordenadores que entonces se llamaban cerebros electrónicos. Una de las pruebas de mi examen después del PREU, examen previo y necesario para el ingreso en la Universidad, consistía en redactar el resumen de una conferencia. La que en aquella ocasión se nos dio a los examinandos, trataba sobre estos cerebros electrónicos y como su advenimiento iba a trasformar al mundo. El ponente nos repartió para nuestra ilustración tarjetas perforadas que era el lenguaje de programación que entonces entendían los IBM. Esta tarjeta la guardé y, posiblemente, deba estar en alguna parte. Será cosa de buscarla pero ya como pieza de museo. El caso y a lo que vamos es que aquellas máquinas innovadoras eran percibidas por los visionarios como engendros del demonio, susceptibles de caer en manos desalmadas y originar calamidades sin cuento. En todo caso, algo contra natura que haría tambalear los cimientos de la sociedad y el orden establecido. De aquella época recuerdo también una peliculilla televisiva  cuyo argumento narraba como un cerebro electrónico llegaba a irrogarse la cualidad exclusivamente humana de enamorarse y lo hacía de la ingeniera que lo creó. Como el tal ingenio controlaba todo el edificio de laboratorios y oficinas se dedicó, ni corto ni perezoso, a eliminar a los rivales humanos en la carrera hasta el amor de la ingeniera con métodos domóticos tales como hacer que se desplomara un ascensor.

Así pues, aquel ordenador que terminó con las estrellas había cumplido su misión y tenía que ocurrir el fin del mundo. El enlace anterior lleva hasta el cuento que leí pero me parece que se trata de una versión resumida. Había en la lectura en papel mayor relato, mejores diálogos. Posiblemente se hayan ido borrando las letras, como las fotos del blog. O no. Quizás en los años transcurridos desde que leí la historia por primera vez, haya sido mi mente de neuronas biológicas la que haya agregado espontáneamente detalles sabrosos al original. Dejémoslo estar y no elucubremos más. Lo importante es que algún día, posiblemente ya esté ocurriendo, se irán borrando las letras de los libros. Primero será en los libros olvidados, en los que hace años que no salen del estante, en los que nunca ha leído nadie, en los que incluso conservan su envoltura de celofán. Por eso nadie se dará cuenta del desastre. Pero luego será en los libros de uso cotidiano, en los manuales universitarios, en los best seller, en los vademécums de los médicos, en los códigos de los jueces y en los leccionarios de los altares. Pero no será solo la tinta china, la tinta de imprenta la que se borre. También se borrará la e-ink y se irán perdiendo letras de los e-books, de los millones de blogs y demás parafernalia que aparecen en las pantallas de los ordenadores. Luego, paulatinamente, una a una, se irán apagando las estrellas.

Pensaba yo en todo ésto mientras miraba los recuadros blancos con un signo de interrogación en el centro donde antes había una foto. Luego las fotos reaparecieron. Todas menos la que fue insertada de modo no ortodoxo. Era pues, un susto, una falsa alarma. Desisto de tratar de reinsertar la foto que aun no aparece pues deben de ser aceptados estos designios de los hados informáticos y el porqué fue insertada de modo no ortodoxo no debe decirse aquí.

De todas formas, llegará el día y la hora. Porque lo escrito no tiene que ser eterno. Más aun: no puede ser eterno. Su destino último es la fragilidad de lo etéreo, la caducidad de lo deleznable y la debilidad de lo fatuo. Flor de un día o de diez mil años, da igual. Luego el paulatino pero grande colapso, el retorno a la nada del papel blanco o la pantalla con todos sus millones de píxeles mostrando el mismo tono de gris. Después, una a una, se irán apagando las estrellas. Yo estaré aquí para verlo, sentado delante del ordenador o tomando café en el bar Marilín, quizás cruzando el puente del Regueron. Y así podré recordároslo: "Ya os lo decía yo..."

1 comentario:

  1. Un tanto sci-fi y otro tanto apocalíptica la entrada. Un señor en la radio decía el otro día que nosotros no llegaremos a ver el próximo big bang, si es que el universo se contrae, o la desintegración del planeta Tierra, si es que el universo se expande. Se ve que no sigue este blog...

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