domingo, 12 de febrero de 2012

San Valentín y Garcilaso de la Vega.


Faltan dos días pero ya hace tiempo que están dando la tabarra con San Valentín y el Día de los Enamorados y hasta me han convencido on-line para que tunee ad hoc el iPad. Sin embargo, tengo que reconocer que esta tabarra me cae simpática sin que por ello deje de ser tabarra. Repito ahora lo que dije hace un año, que no entraré en torpes disquisiciones sobre si el evento es maniobra comercial o cursilada propia de quien se siente diligentemente enamorado. Porque, no nos engañemos, es difícil estar ni sobria, ni sensata ni dignamente enamorado y no dejo de sentir compasión por el jovenzuelo tímido que va por la calle con el ramo de flores para conquistar a una amante quizás también tímida y ruborosa pero, en ocasiones, con más conocimiento del mundo y sus miserias que el azorado varón. No hace mucho tiempo, esperaba mi turno en el stand de Swarovski de El Corte Inglés. Delante de mi, un chico buscaba un anillo impactante pero relativamente barato. Se le notaba torpe y desmelenado y, siendo sinceros, un tanto pazguato. Le pedía consejo a la dependienta y que ella le garantizara que aquel anillo iba a arrasar y consolidar un amor en ciernes. Di por buena la espera que me permitió oír la conversación y cuando el chico se marchó tuve por seguro que no iba a conseguir su objetivo, que el anillo de brillantes cristalitos no borraría el temblor de sus manos, la languidez de sus palabras y la frialdad de los corazones.
Y como digo que toda esta parafernalia me cae simpática, quiero contribuir a ella con esta entrada en la que copio uno de los más hermosos y apasionados poemas de amor que conozco. Es un soneto de Garcilaso de la Vega. Tengo que reconocer que no entiendo bien todo lo que dice, quizás por el lenguaje arcaico, quizás por la pasión balbuceante con que fue escrito. Pero la música que subyace en él es tan bella que es innecesaria la comprensión integra de lo escrito. Éste es el soneto:
Escrito está en mi alma vuestro gesto, 
y cuanto yo escribir de vos deseo; 
vos sola lo escribisteis, yo lo leo 
tan solo, que aun de vos me guardo en esto. 
En esto estoy y estaré siempre puesto; 
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo, 
de tanto bien lo que no entiendo creo, 
tomando ya la fe por presupuesto. 
Yo no nací sino para quereros; 
mi alma os ha cortado a su medida; 
por hábito del alma mismo os quiero. 
Cuando tengo confieso yo deberos; 
por vos nací, por vos tengo la vida, 
por vos he de morir, y por vos muero.
Sin duda el mozalbete del ramo de flores o el pazguato del anillo de Swarovski hubiesen vendido su alma al Diablo por poder escribirle a su amada algo semejante. Pero, en realidad y si recobramos la cordura, todo ésto no pasa de ser literatura de evasión y rosa llamada a marchitarse. “Por vos nací, por vos tengo la vida, por vos he de morir, y por vos muero” ¡Ahí es nada! ¿Quién en su sano juicio podrá sostener tamaño aserto toda una vida? El mismo Garcilaso, que andaba en amores platónicos, murió de las heridas recibidas en el asalto temerario a una fortaleza francesa, asalto en el que fue el primero en subir por la escala. Bravuconadas éstas, la del soneto y la de la fortaleza, que suelen ser muy peligrosas.
Así que ahora no sabemos por qué decantarnos. Si por la ilusión esplendorosa pero fútil del ardiente enamorado o por la placidez socarrona de quien está curado de espantos y goza de una relación amigable, ilusionada y alegre pero sensata. Pero, aunque sea ritual convenido, no está de más que en este San Valentín volvamos a sentirnos perdidamente enamorados, volvamos al ramo de flores y a la poesía y vivamos una noche más de vino y rosas. Porque, a pesar de todos los pesares, el amor sigue siendo la más exquisita de las relaciones posibles entre un hombre y una mujer.

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