domingo, 5 de febrero de 2012

Las cancamusas de los móviles.


Hago, para empezar, una pregunta: ¿es el teléfono móvil (en adelante móvil según quiere la substantivación de los adjetivos y la letra de los contratos) un buen invento? Bien sé que el hipotético lector, antes de sentirse impelido a contestar, se habrá preguntado que significa la palabra cancamusa que aparece en el título de la entrada. Abriendo en el enlace, se puede ver su definición. Pero aquí la empleo en el sentido figurado que le daba mi madre de musiquilla tontorrona y amodorrante, cosa que, bien mirada, tiene bastante que ver con su significado sensu stricto. Porque los móviles están unidos de manera indisoluble a distintas cancamusas: el tono de llamada, la recepción de un mensaje, una alarma o recordatorio e incluso hay quien pone música a ese espacio de tiempo que tarda en responder a la llamada, si es que la responde, con lo cual quedan silenciados los pitidos entrecortados y suspirosos.
Conocí cuando se inauguró el teléfono en mi pueblo y era yo ya un niño mayorcito. Me refiero, claro está, a ese teléfono de bakelita negra dotado de una manivela en su costado izquierdo y de un timbre que hacía simplemente ring-ring. Un teléfono para amantes cantados por Machín o para policías de películas de la serie negra. La manivela del costado había que girarla, con decisión y fe, en el sentido de las agujas del reloj lo cual ponía al usuario en contacto con la operadora quien, a través de una centralita con paneles de agujeros y gruesas clavijas, hacía las correspondientes conexiones. Aun ejerciendo de médico en Calera, usé un teléfono tal lo cual me permitió tener los primeros encontronazos con inspecciones, delegaciones y jefaturas varias. Incluso, muy ufano por la modernidad, llamé en una ocasión al Servicio de Información Toxicológica. Claro que ésto tenía que ser por conferencia la cual tardaba unas dos horas en establecerse porque solía haber demora (palabra que ha llegado a ser también objeto de cancamusas gerenciales) por lo qué, cuando hablé con los doctos informadores, el enfermo que había ingerido cianuro ya se había muerto y su amante, al ver tan trágico final, se tomó otra dosis y murió también y todo el pueblo estuvo oliendo a almendras amargas durante una semana.
Pero lo que vengo a decir es que durante algunos años primigenios yo viví sin teléfono alguno. Es posible que existiera el telégrafo y, de hecho, algún día le dedicaremos un post a la visita en la que me llevaron mis padres hasta la casa donde estaba ubicado el ingenio que la telegrafista hizo funcionar para mi asombro. No diré que esta etapa semisalvaje de tam-tam y señales de humo la recuerde como feliz pero tampoco tengo noción de que aquel menoscabo en concreto la hiciera más menesterosa. Y siendo mi padre alcalde por la gracia de Dios, vino el Gobernador Civil a inaugurar el servicio telefónico. Yo estaba en casa de un amigo de pillerías cuando pasó, camino del Ayuntamiento, la que se nos antojó enorme comitiva de coches negros. Pero como chicos listos y bien aleccionados, sabedores de que el Gobernador Civil era un gran personaje, nos dijimos el uno al otro. “es la escolta...es la escolta...”. Bueno, pues no recuerdo cuando usé el teléfono por primera vez, con quien hablé y que palabras dije o me dijeron. Solo se que allí, en la casa, sobre un mueble negro y de dos alturas, propio de oficina ministerial o del Pentágono y en el que se guardaban legajos notariales, sobres y cuartillas con membrete y un frasco de cola Pelikan (que también inocentemente olía a almendras amargas) quedo instalado tamaño aparato. Porque así se decía cuando se descolgaba y una voz preguntaba por ti: “al aparato”
Y ahora miro la BlackBerry, también negra aunque no sé si de bakelita, meneo la cabeza dubitativamente y vuelvo a hacer la pregunta del principio ¿es realmente útil este chisme? Ignoro la respuesta y creo que es cuestión baladí pensar en ella porque ni Platón redivivo ni Kant ni Schopenhauer de quien, Dios sea loado, no he tenido que leer nada, podrían discernir tan peliaguda disyuntiva. Por considerarlos iconoclastas, tampoco leo nada de santones y psicólogos que amenazan con grandes males a quien supuestamente abuse del móvil. De todas formas, lo que a mi realmente me interesa son las cancamusas que emite el artilugio. ¿Puede haber peor horterada que instalar como tono de llamada los compases iniciales de la sinfonía Nº 40 de Mozart? ¿Qué decir del comprometido que, de ser rojo, pone “La Internacional” y, de ser facha, el Himno Nacional? ¿Y aquella horrible melodía de los Nokias que sonaba así como “tatatata tatatata, tatatata chin”? ¿y ésos retrógrados aburguesados que emiten un ring-ring clásico ignorando que éste solo puede sonar en un teléfono negro de bakelita? En mi opinión, hay que dejar una cancamusa neutra que no recuerde a nada, ni quiera ser original, ni busque epatar ni hacer proselitismo. Deben de ser ignoradas esas páginas bizarras de las revistas donde aparecen códigos para poderse bajar politonos por un módico precio, politonos que están unidos a otras descargas más ignominiosas de fuerte contenido erótico y aun sexual. Y es que quizás la motivación última de los móviles y sus cancamusas, como el tam-tam, las señales de humo y el telégrafo Morse, no sea otra que el amor y la guerra. Hay una excepción. A mis pacientes con presbiacusia les aconsejo que pongan como tono de llamada un enérgico toque del cornetín de órdenes. Y si alegan que son pacifistas, les recomiendo los silboteos de la banda sonora de “The Good, the Bad and the Ugly” también rica en agudos.
A todo ésto, la BlackBerry deja escapar un pitido en la escala menor y una lucecita roja parpadea. Ha llegado un mensaje de e-correo quizás de los confines del mundo conocido. Luego, si sale el sol, lo abriremos.

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