domingo, 23 de octubre de 2011

Mis funciones en "El Corte Inglés" ( I )

Pues no es que los corralitos de fumadores fueran, en puridad, aburridos pero si es cierto que los que allí entrábamos éramos, poblacionalmente hablando, un grupo más homogéneo que los ocupantes del salón general. En éste, se convivía o se coexistía con todo el mundo y con todas las edades, en particular con niños y aun con bebés. Y así pasó lo que pasó. En aquel tiempo, no había hecho yo más que encender el cigarrillo cuando entra por la puerta de la cafetería de “El Corte Inglés” una familia compuesta por un abuelito, una abuelita, un papá, una mamá y un bebé de sexo ignorado pero el detalle no hace al caso. Ocupan una mesa cercana a la mía y con gran prosopopeya se disponen a darle el biberón al bebé. Todos a una deciden que es necesario calentar el agua acudiendo a la barra para que el servicial camarero meta el frasco de la tetilla en el microondas. El abuelito se ofrece voluntario con gran entusiasmo: “¡Yo voy, yo voy, yo voy...!” y así lo hace volviendo al pronto con el agua caliente. La mama prepara la leche con el justo número de medidas de polvo mientras el bebé espera pacientemente. Cuando a mi me parece que ya está todo dispuesto compruebo que falta un importante requisito: comprobar que la temperatura de la leche es la idónea. La mamá procede amorosamente a echarse una gotitas en el dorso de la mano y exclama: “¡Está caliente, está caliente, está caliente...!”. Luego el papá repite la acción y dice también: “¡Está caliente, está caliente, está caliente...!” Le toca el turno a la abuelita que hace y dice lo mismo. Así que, más decidido, el abuelito interviene. Se echa las gotitas en el dorso de la mano pero, no contento con ésto y para superior dictamen, da unas suaves lamidas con la punta de la lengua y exclama: “¡Sí, sí, sí...está caliente, está caliente, está caliente...!”. La infinita misericordia de Dios quiso que, en aquel punto, terminase el cigarrillo y pude apagar la colilla para salir de la cafetería abandonando al bebé a su triste suerte.
Y en aquel tiempo también, ocupando el mismo lugar, enciendo el cigarrillo y, al punto se me acerca una señora: “¿Me da fuego, por favor?”. Hombre caballeroso, me levanto, acciono el encendedor y acerco la llama a su cigarrillo. Esta gesto me supuso perder una calada del mío pero la di por buena. Al poco de sentarme, se me acerca un señor. “¿Tiene fuego, por favor?”. Pues bueno, me levanto y hago lo mismo que con la señora con lo cual pierdo otra calada. No habrían pasado diez segundos cuando se allega a mi mesa un vejete tal vez algo demenciado: “Dame fuego, hijo”. Bastante mohíno, me levanto por tercera vez y accedo. El vejete puede encender su cigarrillo y se queda ramoneando cerca de mi mesa. Y hasta él se viene un chico joven con el cigarrillo en los labios y oigo que le dice: “¿Me puede dar fuego, por favor?”. “No hijo, lo siento, yo no tengo fuego pero ese señor -y su dedo tembloroso me señala- si tiene...”. Veo con espanto que el chico joven se dirige hacia mi por lo que pierdo la paciencia y lleno de justa cólera, me levanto de un salto, vuelco la mesa y la silla, tiro la colilla del cigarrillo que había ardido tan infructuosamente y el encendedor al suelo, me meso los escasos cabellos y digo a voz en grito de forma que pudo oírme toda la cafetería: “¡¡No, ni hablar, se acabó, este señor ya no le da fuego a nadie más. Un cigarrillo perdido que no me habéis dejado fumármelo en paz...!!” Todos miran estupefactos, los camareros quedan petrificados con la bandeja en la mano y el croissant se queda inmóvil junto a la boca goteando café sobre la camisa. Un silencio de muerte se adueña del salón y yo lloro convulso y con grandes lagrimones y, aprovechando la coyuntura, me voy sin pagar.


Y dejo detrás de mí, en la cafetería, una neblina lánguida y tristona, la neblina que siempre rodea a los proyectos empezados y fracasados.

2 comentarios:

  1. Me encanta este tipo de arrebatos de cólera en las películas. Normalmente el instante en que se vuelca la mesa y se prorrumpe en gritos ententóreos va precedido de planos muy breves en que se anuncia la tragedia: la mirada inyectada en sangre del encolerizado, la de terror del joven que pide fuego por última vez, la del señor del croissant que siente la tensión del ambiente y levanta su mirada, la del camarero, que mira con curiosidad mientras seca vasos con un paño, y hasta la del bebé, que presiente que tal vez su biberón se retrase un poco más... El otro día, por cierto, me fijé en el corralito del Krunch, que ahora tiene una luz que parece de procedencia celestial o quizá iluminada por una nave espacial desde lo alto, dado que el foco de luz (que supongo natural) no se ve from outside.

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  2. Como ya te he explicado, nada como en los western para presentir la tragedia. Se logra con el efectista plano de la mano que echa para atrás la chaqueta dejando al descubierto la culata del revólver enfundado. A partir de ahí, puede pasar cualquier cosa.
    El corralito del Krunch lo tendría que pintar un pintor tenebrista con esa luz que incide sobre la mesa del fumador dejando el resto del cuadro en tinieblas.

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