domingo, 11 de septiembre de 2011

El abuelo.


Pues el abuelo, Don Manuel Comesaña Blanco, ya fuma conmigo en la bodega. Después de un prolijo proceso de restauración, realizado felizmente por mi mujer, la gran foto y su marco art decó lucen  en la pared, junto a gruesos libros. En la esquina inferior izquierda hay un sello en tinta roja, aun perfectamente legible, que dice literalmente:
LA GADITANA
CENTRO DE AMPLIACIONES
Francisco Pérez
Doña María Coronel, 37
SEVILLA
Sin embargo, no creo que la foto fuese realizada en Sevilla sino en la casona del almorraque y los burros en la cuadra trasera, seguramente antes de que la ananá llegara por primera vez a Calera. Y digo ésto porque recuerdo perfectamente la silla que aparece en la imagen y recuerdo también que yo he estado sentado en esa misma silla como entonces lo estuvo mi abuelo. Posiblemente en “LA GADITANA” de la calle Doña María Coronel solo se hiciese la ampliación. Pero ¿quién tomó la foto? Me arriesgo a aventurar que fue un fotógrafo ambulante que llegó con sus cachivaches al pueblo, a lomos de una mula, para ofrecer sus servicios. Cámara de fuelle, mantón negro para meter la cabeza y ver el vidrio esmerilado y placas fotográficas. Y luego, supongo que después de muerto el abuelo, mi tía abuela Emilia encargaría la ampliación.

Porque el abuelo murió joven, en 1924, cuando mi padre tenía solo 4 años, aunque para confirmar este dato tendría que ir hasta la lápida del panteón, en el cementerio del pueblo. Es innecesario, por tanto, decir que yo no lo conocí. Tampoco sé muchas cosas de él por no decir nada. Pero ahora remiro la foto y comprendo que era un hombre muy atractivo, bien repeinado, con un espléndido bigote a lo Kaiser, vestido con un traje de paño oscuro y calzado con botines meticulosamente lustrados. Camisa blanca con cuello almidonado y pajarita de dibujos. Y la guinda del pastel: el grueso habano que sostiene, con estudiada languidez, entre el índice y el anular de su mano izquierda. Pero no, nunca me cogió en brazos, ni me llevó de la mano, ni me dio un beso. No sé que batallitas hubiera contado, qué me hubiese podido regalar ni como era el timbre de su voz. Murió joven, sin tener apenas tiempo de acumular recuerdos ni historias, casi sin conocer el alumbrado eléctrico, el cinematógrafo o los automóviles de motor de explosión. Pero, siendo pragmáticos, sí pudo engendrar a mi padre para que éste me engendrara a mi.
Así que, aunque fuera solo por ésto, debo de estarle agradecido a aquel otro Manuel Comesaña. Y aquí, en la bodega, haciendo juego atemporal con el Mac, la cámara digital, la tableta digitalizadora, la pequeña mesa de mezclas, el subwoofer, la Blackberry y la taza de café del Satarbucks, fumamos los dos. El abuelo su habano interminable, yo Chester. Lo miro a través del humo pero él, impertérritamente, mira a la pared de enfrente porque así lo captó el fotógrafo ambulante. A veces me acerco a la foto y, por encima del cuello almidonado y del bigote a lo Kaiser, le escudriño los ojos por ver si capto algún mensaje. Pero continúan fijamente mirando a la pared como aquella tarde de hace casi cien años.
Sin embargo, estoy convencido de que un día la mano izquierda dejará su estudiada caída para llevar el puro a la boca y entonces me mirará y me hablará. Porque, aunque murió joven, tendrá historias que contar. Es un pasmo pensar que ahora yo soy más viejo que él pero lo más seguro es que aun no tenga la edad suficiente como para comprender algunas cosas.

2 comentarios:

  1. A mi me gustaría tener un abuelo como tú, cuando seas viejo.
    Rober

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  2. Rober, por ahora vamos a quedarnos como compañeros. No tengo clara la noción de viejo y espero que pasen muchos años antes de que la comprenda. Pero, en todo caso, te agradezco el interés por mis "batallitas".
    Un abrazo.

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