Perdón por la cacofonía del título pero son días de torpes decisiones y torvas buenas voluntades. Eso al menos le parece al fumador que aprovecha la buena mañana para encender el cigarrillo en la calle. No hace mucho frío y el cielo aparece completamente azul pero el fumador elige una sombra en el retranqueo de un portal para dedicarse a su vicio. Mientras lenta y pensativamente va dando caladas, ve pasar la porción de mundo que le corresponde. Está en un calle anodina, de edificios de viviendas mesocráticas y locales comerciales vulgares. Enfrente, un parquecito sobre un parking subterráneo. Quizás haya columpios y toboganes. Quizás haya niños de vacaciones pero el fumador guarda la distancia de seguridad. Pocos coches circulan entre ellos, el inevitable de la Policía Local.
El cigarrillo va ya miteado cuando aparece un chica mona con dos perritos. Lleva el pelo rubio, muy corto y va vestida con atrabiliarios pantalones vaqueros, muy largos y anchos y con profusión de bolsillos y correajes. Uno de los perritos, un can de cara ancha y orejas ralas, se pone inmediatamente, sin prosopopeya, en medio de la acera, en posición defecatoria. Pone cara de pena durante el esfuerzo. El fumador no sabe si los perritos sufren de estreñimiento pero quizás sea solo éso, que les gusta poner cara de pena como los gatos ponen cara de interesantes en la misma tesitura. Pero ya aparece la caca que cae desde una altura de unos 30 cm. sobre el suelo formando un breve montículo de mierda. El fumador mira con atención para no perder detalle y observa como la mierda empieza a humear. Del montículo brota un vaho tenue pero perfectamente asequible a la vista. Posiblemente ese humo huela mal como dicen que huele mal el de su cigarrillo. Pero allí están los dos, cada uno con su mierda en amigable convivencia. El fumador va terminando ya su cigarrillo mientras sigue mirando con asombro y las últimas caladas suben al cielo junto con el humillo de la mierda del perro. La chica mona, con su atrabiliarios pantalones vaqueros, también mira y espera. Y ahora saca de uno de los múltiples bolsillos una bolsa de plástico transparente que sostiene en la mano.
El perrito parece haber terminado la gestión y la chica mona, valiéndose de la bolsa de plástico, recoge la mierda. Pero el animal no parece satisfecho y sigue con cara de pena. Da unos pasos renqueantes y se vuelve a poner en postura defecatoria. Y ahora si, ahora sale la última minga que la chica mona vuelve a recoger con su bolsa. Y el perrito hace una cosa que el fumador nunca había visto: manteniendo los cuartos traseros flexionados, se mueve hacia adelante con rapidez valiéndose solo de las patas delanteras. De esta manera consigue arrastrar el culo por el suelo en lo que el fumador supone que es un auténtico alarde de limpieza canina. Y luego el perrito trota satisfecho y la chica mona se va detrás de él y pasa también el segundo can vestido con un ropaje paramilitar de camuflaje tan atrabiliario como los pantalones de su dueña.
Al fumador le hubiera gustado sonreirle a la chica mona cuando se incorporaba de recoger la mierda. Pero sus miradas no se cruzaron. Mejor así, no sea que le fuera a tomar por un burdo ligón agazapado. Pero el fumador solo quería con su sonrisa felicitarla por su buen comportamiento ciudadano. De todas formas, le sonríe al perrito cagador. Sabe que ahora las chicas monas que quieren tener los dientes blancos, la piel resplandeciente y oler bien se quedaran dentro del bar mientras él irá a acompañar a los perros a la calle. Y con ellos fumará, mientras los coches de la policía pasan por la calle, mirándose mutuamente, él con su humo y ellos con la lengua fuera, atados con la correa a la pata de una silla. No sabe si los perros sonríen, no sabe si le correspondió a su sonrisa. De todas formas, terminado el cigarrillo el se tiene que ir y la chica mona ya se aleja con los dos perritos.
Pero no puede ser de otra manera. El fumador es un nostálgico. Nostálgico de aquellas películas en blanco y negro que vio en su infancia y en su adolescencia donde los hombres eran terriblemente atractivos y fumaban y las señoras encantadoramente glomourosas mientras el galán les encendía el cigarrillo y ella sostenía su mirada. Por éso seguirá fumando eternamente, ahora en la calle con los perros, para contemplar como pasan los coches de la policía y el entierro de los que se perdieron el paseo por el lado peligroso, de los que nunca supieron que cuando las distancias se acortan, cuando las bocas se acercan y se percibe el olor al cigarrillo el beso es ya inevitable y que, a partir de ahí, no hay retorno posible.
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