viernes, 6 de septiembre de 2013

El pozo.


- Hemos encontrado carne - te comunicó lacónicamente la pareja de la Guardia Civil. La alarma había empezado aquella mañana, cuando una vecina te dijo que N. no aparecía y la puerta de su casa estaba abierta de par en par. Los voluntarios y los tricornios acaban ahora de encontrar su cuerpo ahogado en un pozo. Supieron que estaba allí por un innecesario paraguas apoyado en el brocal.

El juez llegó al pueblo en plena chicharrera de la siesta. Era muy joven y posiblemente fuera su primer levantamiento de cadáver. Con unas cuerdas, sacasteis a N. El juez, inexperto, te dejó hacer. Tu fingiste un reconocimiento pero, en realidad, buscabas el papel del trato. Cuando lo encontraste, mojado en un bolsillo, no te fue difícil guardarlo sin que nadie lo notara porque todos se habían ido a la sombra de un árbol.

35 años después, has vuelto al pueblo. Ahora tienes que cumplir tu parte de aquel trato. Vienes con bastón porque tus caderas están renqueantes. Has invitado a los pocos conocidos que te preguntan por J. Les dices que murió hace un mes, que no hubo hijos y aparentáis una lástima transitoria. Tu te callas que las noches en la alcoba fueron de insomnio y de remordimientos. Y cuando pagas, recuerdas como N. te dejó vía libre porque J. lo prefería a él a pesar de su insanía.

El camino hasta el pozo fue penoso, con tus caderas desencajadas. Como hace 35 años, los barbechos te arañan las piernas por debajo de los pantalones. Tienes que hacer un alto que aprovechas para mandarle a aquel juez un breve correo explicativo con la BlackBerry. Luego dejas el bastón apoyado en el brocal, lees el viejo papel y la segunda cláusula del trato: "Si J. muere antes que tú...". Dejas el papel pisado con la BlackBerry también sobre el brocal. A pesar del calor, el golpeteo con el agua te resultó terriblemente frío.

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