En 40 años no habías podido quitarte la idea de la cabeza. Aquel feto nacido muerto que te presentaron no era tu hijo. Tu hijo era otro y estaba donde no debía de estar. Ahora has leído noticias y el murmullo se ha convertido en tormenta. El médico te informó, aunque intentó disuadirte. Cuando te abrochaste el último botón de tu blusa de viuda, la decisión estaba tomada. Conseguiste sin dificultad sacar los restos de aquella tumba y el primer ADN fue concluyente. Tus suposiciones eran ciertas. Ahora te quedaba un largo camino, pero tu marido te había dejado las blusas de viuda y un buen dinero.
Las gestiones de los abogados y de un par de detectives que contrataste, te llevaron a una segunda tumba. Para abrirla vinieron unos funcionarios judiciales que, apiadados, te dijeron unas palabras de consuelo. Tu no contestaste nada y, a pesar del terrible calor, te abrochaste el último botón de tu blusa. Tampoco el ADN dejó lugar a dudas.
En un sótano de los juzgados, te enseñan los legajos del juicio. No se supo quien lo mató. Hay un papel con pautas, recortado con tijeras y letras de titulares de periódico pegadas en él. Y te enseñan también las tijeras, las que recortaron el papel y las letras y con las que desgarraron su yugular y el cayado de su aorta. No te cupo duda de que había sido una mujer, otra mujer, la que había hecho el trabajo por ti. Dejó su firma en aquel mensaje de letras de periódico: "Me cago en la madre que te parió". Fue entonces cuando te diste por satisfecha y te abrochaste, esta vez para siempre, el último botón de tu blusa negra.
Hay cuadros que, al mirarlos, la imagen queda clara, son realistas, sabes lo que el pintor deseaba recrear. Otros cuadros te impresionan, te fascinan sin saber bien qué ha querido representar su autor. Este es el comentario que me provoca este relato. Creo que su autor, críptico, abre la puerta de una habitación en la que cada lector hallará una respuesta diferente.
ResponderEliminar(Àngels Gimeno, amiga en FB).