domingo, 17 de febrero de 2013

Maravillas del diseño.


Mesones, ventas, posadas y demás hostelería siempre ha habido y la literatura, aun la más vieja, está llena de ejemplos. Y todos estos establecimientos han ido evolucionando más o menos hasta el hotel tal y como lo conocemos en la actualidad, con su ritual entre amigable y envarado. Sin embargo, no se bien como eran todo este tipo de establecimiento cuando yo era niño. Entonces yo no viajaba fuera de entornos familiares aunque creo haber estado ocasionalmente en algún hotel u hostal o cualquiera que fuera su categoría administrativa, en Madrid y en Sevilla pero no guardo ninguna memoria de aquello. Ya más mayorcito, tendría unos 11 o 12 años, me llevó otra vez mi padre a Madrid en lo que fue mi primer viaje “touristico”  y de entonces si me acuerdo del hotel de medio pelo donde nos alojamos y de cómo llegamos a la capital en tren de vapor que nos llevó hasta la antigua nave de la estación de Atocha, lo que hoy es un supuesto jardín tropical. Era verano y mi padre me hizo vestirme estrambóticamente con una especie de sahariana o guayabera sobre la camisa porque, me dijo, Madrid sigue siendo la capital de España y aquí no se puede ir como en el pueblo. Luego vería que todos los niños y mozalbetes iban con manga corta pero él no mudó su plan primigenio porque, en cierto modo, era un look de diseño y éste, como veremos luego, es muy importante.

Mi padre no tenía ni buscado ni reservado hotel porque entonces no se tenían estos hábitos y el viajero se fiaba de su intuición y apelaba a su buena suerte. Pero cuando yo ya fui médico, tuve mi dinerito, me casé y empezamos a viajar con regularidad, una de las primeras providencias fue hacernos de una guía de hoteles que renovábamos todos los años. Y sobre aquella guía en papel, parca y austera, estudiábamos las propuestas del itinerario, seleccionábamos y hacíamos la reserva por teléfono. Pasados los años, disponemos ahora de Internet donde todo este proceso se hace on-line y rápidamente. En el ordenador se ven los hoteles, sus fotos, sus características y sus ventajas. Me hace gracia la que se encuentra a veces de “gay friendly” pero vayamos a lo verdaderamente escabroso y complicado porque ¿qué quiere decir éso que se lee con cierta frecuencia de “hotel de diseño”? ¿es que todos los hoteles no han sido estudiados y diseñados por un arquitecto y montados y decorados con mejor o peor gusto?

En buena lógica, es de suponer que este apéndice de “de diseño” da a entender un carácter diferenciador y, lógicamente, positivo. Y este carácter no es lo mismo que bonito, coqueto, original, espectacular, grandioso, majestuoso o lujoso. Parece que todo el mundo debiera de tener claro que quiere decir lo de “de diseño” como si éste fuera un concepto de ley natural o innato al conocimiento humano. Y, sin embargo, yo a ciencia cierta no se, con total exactitud, específica y concretamente, de que me están hablando las guías electrónicas. Y si me acojo a la experiencia, no salgo mejor parado. Algunas veces he cedido a la tentación y me he alojado en un hotel “de diseño” para encontrarme como único elemento catalogador con engorros, incomodidades, artilugios incoherentes y adivinanzas de esfinge. Por ejemplo, que en vez de un funcional interruptor de la luz con sus dos posiciones estándar on y off, me las tenga que ingeniar con un artefacto que tamiza, orienta, gradúa, difumina y colorea de forma tal que nunca tengo la iluminación a mi gusto.


Reconozco que una de las pocas cosas por las que quiero ir a Nueva York es para ver el bolígrafo Bic exhibido en el MOMA como pieza de museo. Una auténtica exaltación al diseño. Pero paulatinamente voy haciéndome de la opinión de que la sutil esencia de éste se agota en si misma. Una silla, un vestido, una taza de café son de diseño y basta. No hay nada más en la trastienda. Y me convencí de esta opinión cuando el otro día, en el bar Talula, vi que uno de las expositores de las tapas era también de diseño y yo no observé más que una vulgar, corriente, anodina y funcional vitrina acristalada. Mi coche oficial, no el macarra, tiene unos letreritos mínimos junto a las ruedas delanteras en los que si el paseante se digna agacharse puede leer “Design Giugaro. Y ayer tuve la oportunidad de fotografiar uno de estos adminículos en una situación insólita ya que el vehículo tuvo que servir, por imprevistos de última hora, de coche de la novia de una amiga de Marta. Que nadie piense que es un haiga. No pasa de la mesocracia pero, eso sí, como el vestido de la novia, la vajilla del banquete, la vitrina expositora del Talula y el sayo que me colocó mi padre en Madrid, es de diseño. Y ahí queda todo.

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