domingo, 5 de agosto de 2012

Diagnóstico diferencial de la voz cazallera.


Durante agosto, me acompañará en la consulta P., una estudiante de medicina, aventajada, inquieta y agraciada. Es tiempo, pues, de renovar conocimientos y de hacer incursiones en los libros del saber y en la información digital de las pantallas luminosas. Un mes veraniego y aun playero pero con tiempo para la aplicación semiológica, la disquisición clínica, los secretos de la farmacología, los avatares del tratamiento y, sobre todo, para el contacto humano, para adentrarse en la relación con esas otras personas que acuden en busca de solución o consejo, para contar, reír o llorar, para enfangarse con los problemas de la cita, con la hora que no llega, con la espera que se prolonga, con la receta que no fue la adecuada.


Y en este batiburrillo, llega N., una chica operada hace unos meses de tiroidectomía total y recientemente cambiada a mi cupo por problemas logísticos. Acude acompañada de su pareja. Ya había observado en ella  bastante aprensión a que las cosas no fueran bien lo que exteriorizaba, entre otros modos, con un exagerado cuidado de la cicatriz del cuello. Tuve que insistirle en que dejase de llevar blusas de cuello alto y en que se quitase definitivamente la tirita con que se protegía innecesariamente la pequeña lesión. Pero ahora viene aquejada de disfonía. Quizás le informaron de este riesgo antes de la operación o se haya informado por su cuenta. El caso es que adivino el miedo a una lesión nerviosa como complicación de la cirugía. La oigo hablar y mantiene unos tonos agudos excelentes. P. y yo le miramos la garganta y fue fácil ver una faringe congestiva e irritada. Le informo de que solo tiene una “vulgar faringitis” que se le pasará en poco tiempo y añado que la posible lesión del nervio recurrente hubiese dejado una voz ronca. Su pareja interviene entonces para apostillar. “Una voz cazallera...”. “Efectivamente: una voz cazallera...” , concluyo yo. Y así nos despedimos aunque no dejé de citarla para dentro de unos días y ver la evolución.
Supe, por intuición de viejo, que P. no había comprendido la última parte, lo de la voz cazallera. Así que, al terminar la consulta, hicimos un repaso académico del nervio laríngeo recurrente, rama del vago o neumogástrico, X par craneal y de cómo éste puede lesionarse durante una tiroidectomía. Luego le pregunté: “¿Sabes lo que es una voz cazallera?” . Ella, como yo esperaba, reconoció que no. Y entonces, también académicamente, le expliqué que Cazalla de la Sierra es un pueblo de la provincia de Sevilla donde hacen ese anís y ese aguardiente que se bebe, como quiere la copla, sobre un “manchado mostrador”, para entrar en calor en las mañanas frías o para encallar el cuerpo en las noches perdularias de postguerra. En resumen, “un cazalla”. La consecuencia de la ingesta excesiva era la afectación de las cuerdas vocales que conlleva la voz ronca, cazallera o aguardentosa.
Luego vinieron las apostillas del maestro, como las que hacía Fray Luis de León en su cátedra de Salamanca. Y la voz aguardentosa, proseguí, es la que quieren obtener los cantaores de flamenco para encontrar el desgarro que ligue con amores trágicos y no correspondidos. Y haciendo el verdadero diagnóstico diferencial, la que también goza Bonnie Tyler después de operarse de pólipos de cuerdas vocales. Como parte práctica, nos fuimos al YouTube para intentar oír unas bulerías de la Fernanda de Utrera pero, posiblemente por lesión irreversible de la tarjeta de sonido, el cante no llegó. Así que, como deberes para este fin de semana, le encomendé a P. que no dejase de oír a la cantaora, o a su hermana Bernarda, cuyos nombres le anoté en un P10, para que gozase de una voz cazallera pero, evidentemente, sin lesión nerviosa.
Porque incuestionablemente, un médico tiene que saber (y padecer) de todo, desde el origen y trayecto de las dos ramas del nervio recurrente hasta la razón última de los amores contrariados que huelen a almendras amargas y el auténtico por qué de una voz cazallera.

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