domingo, 7 de agosto de 2011

Sin Wi-Fi en el Polo Sur.

Pero ¿a quién se le ocurre pelearse por llegar el primero al Polo Sur? Ni siquiera la mucha calor que se siente recorriendo ahora la carretera de Santa Catalina, hace que me entren ganas de estar bajo una ventisca a 50º bajo cero. No, realmente no se me ha perdido nada en el Polo Sur y, aunque patriota, creo que es digno de perdón que no me ilusione plantar la bandera española en tan estratégico punto. Ni siquiera me conmueve la curiosidad de ver si es verdad que el planeta Tierra está ligeramente achatado por los polos como decían los libros escolares. Ignoro si ahora vendrá esta misma información en  la asignatura llamada “Conocimiento del Medio” porque la Enciclopedia Álvarez de mi infancia estaba escrita con la fe del iluminado y se supone que estos modernos libros reflejan conocimientos científicos. Pero ¿cómo se puede saber exactamente que el planeta Tierra está achatado por los polos?
Me acuerdo de todo ésto porque he estado un par de días sin Wi-Fi y sin la onda 3G del iPad, ésto es casi sin Internet y casi sin comunicación con los habitantes de ese planeta Tierra que se supone achatado por los polos. Y digo casi porque quedaba un hilo de conexión, la BlackBerry a donde seguían llegando los e-mails y las notificaciones del Facebook. Y ahí, en el smartphone, pensaba que tendría que escribir esta entrada aunque fuese testimonial porque no deja de ser farragoso escribir largos textos con el tecladito de la leche. Y esta sensación de hombre perdido me ha hecho rememorar al explorador Scott, agotado, hambriento, casi congelado en el glaciar junto con sus hombres pero que seguía impertérrito escribiendo su diario y sus cartas aun a sabiendas de que le esperaba la muerte pronto e inevitablemente.
Naturalmente que hay mucha diferencia entre el capitán Scott y yo. Yo tengo calor y el tenía mucho frío, yo tengo el frigorífico abastecido y a él se le acabó la carne de caballos mongoles, ellos encontraron vacíos los contenedores de combustible y a mi me llega perfectamente el fluido eléctrico para el aire acondicionado. Por éso, tengo ganas de darle al Mac mientras espero la hora del aperitivo. Además, Scott seguía anotando en su diario datos científicos y meteorológicos. Si hubiera sido yo, me hubiera limitado a cagarme en la madre que parió a Amundsen que se había adelantado y había plantado la bandera noruega en el Polo Sur un mes antes de que llegaran los ingleses. Y allí se la encontraron. No se lo que su flema les permitiría decir pero me malicio que algún exabrupto saldría de sus labios. También he leído que Amundsen utilizó perros en su expedición. Salió de la base con muchos y los fue alimentando con el sencillo procedimiento de ir sacrificando a unos para que sirviera de comida a los demás, cosa que a Scott le resultaba inaceptable. Pero, en fin, yo no entro en las pendencias entre los dos porque para éso habría que usar levita ni se me ocurren disquisiciones sobre la mejor estrategia para desplazarse por el territorio antártico.
Yo aquí, cómodamente sentado en mi bodega, escribo esta entrada. Pero sí, sí hay algo de aquel diario que Scott seguía escribiendo a ultranza. Queda esa indudable manía de los humanos a comunicarnos, a contar cosas, a que nos escuchen aunque la tinta se hiele o el ordenador no nos responda. Scott, a la postre, tuvo suerte: se encontró lo escrito, se leyó y ahora el diario se expone como pieza de museo. A otros muchos, nadie les hace caso, a nadie le interesan lo que cuentan. Realmente los hay que somos plastas pero también es un fastidio tener que ir al Polo Sur y morir de inanición al regreso para ser escuchado.
Por lo que a mi respecta, me conformo con llegar el primero al Centro de Salud haga frío (poco) o calor (bastante). Muchas veces no lo consigo pero es un razonable empeño de la agradable cotidianidad.

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