viernes, 6 de mayo de 2011

Fontiveros y Cantiveros.

Son planicies mesetarias, frías y austeras, donde se apiñan pueblos poco separados entre sí. Secano tradicional aunque ahora aparecen zonas de regadío. Campos de cultivo con algunos árboles aislados y casi siempre visible la torre de alguna iglesia mudéjar. Y no hay más que escribir porque la belleza es impresionante y basta con admirarla. Ésto es tópico como tópico será decir que aquí el “Cántico espiritual” conmueve hasta el éxtasis:
"¿Adónde te escondiste,
amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti, clamando, y eras ido."

Porque la excursión, desde Salamanca, era a tierras ya abulenses de La Moraña, a Fontiveros, cuna de San Juan de la Cruz, el grande amante y místico. Pero como el día estaba gris y la lluvia pinteaba, fue precavido ir antes al otro destino por si los nubarrones descargaban. Un tiro de piedra separa Fontiveros de Cantiveros y, en éste último pueblo, está la llamada “Cruz del Reto”, hito pétreo de un episodio histórico. En este punto, que no se distingue en nada de los circundantes en muchos kilómetros si no lo particularizara el crucero con su cartela, retó Blasco Jimeno a Alfonso X el Batallador. Según la historia y la leyenda, el rey había cometido una canallada con unos caballeros de Ávila entregados como rehenes. Pero terminó mal nuestro Blasco Jimeno, asaeteado por la escolta real, sin que el singular duelo se llevase a cabo. Así lo dice el cartel informativo, municipal y democrático, que hay junto al monumento y así hemos de creerlo. Porque los caracteres de la piedra los ha borrado el tiempo y, con la llovizna, tampoco era de cosa de recomponerlos siquiera fuera in mente.

Pero las fotos sí eran inexcusables. Y aquí queda este skyline que sería tenebroso si la belleza y el sentimiento incuestionables no le salvara del abismo. Visitamos también este  pequeño cementerio, con unas sencillas lilas en la tapia. Su puerta estaba abierta para que el caminante pudiera entrar libremente y rezar ante otro crucero con mohos crecidos en la piedra. Y hay que dejar otra vez a San Juan para que nos hable de soledad:
"Pastores, los que fuerdes
allá, por las majadas, al otero,
si por ventura vierdes
aquél que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero."


Y luego a Fontiveros. Dejamos el coche junto a la tan grande y hermosa como sencilla iglesia mudéjar, dedicada a San Cipriano. En el centro de la nave, la cruz procesional para el Viacrucis que se estaba preparando y en una de las capillas laterales un pequeño museito de imágenes y ornamentos. Nos dio tiempo a verlo y a recoger una hoja con rezos y letanías para el piadoso ejercicio que nos dio un niño. Y a las doce del mediodía, la hora prevista, el sacerdote exhortó a los fieles valiéndose de un megáfono portátil, tan propio de de procesiones como de manifestaciones sindicales:
"Primera Estación: Jesús es condenado a muerte."
Y ahora una mujer coge la cruz de su soporte y esa España pueblerina  a la que pertenezco por derecho propio sale detrás de ella por la puerta. El grupo va rodeando la iglesia haciendo paradas de vez en cuando. Aquí todo es auténtico. No hay turistas, no hay mirones. Solo tal vez nosotros que hasta hacemos fotos con cierto disimulo pero nos creemos perdonados por el respeto y la comprensión.

Cruz, sacerdote y pueblo llegamos hasta la plaza y, delante del monumento al santo paisano, se reza otra estación del Viacrucis. Pero hete aquí que algo importante llama mi atención. Algo muy importante: una tiendecita donde se pueden comprar recuerdos. Así que, impenitentemente, abandonamos la procesión, entramos en el local y allí encontramos una especie de supermercado de supervivencia con algunas latas de conserva, cartones de leche, pan y poco más. Pero como la comida estaba asegurada y gratis en casa de mis cuñadas, atendí a los regalitos que gozaban del mismo aire de austeridad castellana que las estanterías alimentarias. Pude, no obstante, comprar una pegatina y un imán con la imagen del santo y, por 6 euros, una botella que contenía una especie de bebedizo aunque las señas de identidad dijesen que era una bebida refrescante de zumo de manzana. Me congratulé de que aquello estuviese hecho en la murciana Jumilla, pero me supo cuasi a blasfemia que, tan cerca de la imagen del santo, se hiciese constar que, entre los ingredientes, figuraban el acidulante E-330 y los conservantes E-202 y E-211. Sé que ésto es por imperativo legal, para evitar ir a galeras, por lo que disculpé a los tan industriosos como beatos amigos de las Bodegas Delampa. Pero la verdadera maravilla consiste en que el vidrio de la botella es opaco, como alabastrino, salvo en una especie de ventana conventual. Diametralmente opuesta, se encuentra la imagen de San Juan de la Cruz que puede observarse así por transparencia. El efecto es inenarrable. El gozo sería completo si hubiese podido comprar también un mechero, bien de oro, bien de plata (hago gracia de los conocidos ripios) con la venerada imagen pero no los había, aunque si unos Clipper estándar.

Cargados con la botella, dimos un breve paseo por el pueblo, pasamos por el cementerio y un solar baldío con los restos de un camión Barreiros, alcanzamos a rezar la última estación del Viacrucis y nos tomamos un café en el único bar local que vimos abierto. Los parroquianos comentaban algo de Medina del Campo que no alcancé a comprender por lo que me salí a la calle y, bajo los nubarrones amenazantes, fumé el cigarrillo de la pasión. Y vuelta a los campos de La Moraña y vuelta a la autovía para llegar a Salamanca justo a la hora del aperitivo. Respeté escrupulosamente la abstinencia y me acogí a unos mejillones que van bien con el cigales, clarete y fresquito. Y recito para mis adentros entre sorbo y sorbo, paladeando poesía y vino con igual devoción, transido de tierra hermosa y de los versos de sus grandes amadores:
"A zaga de tu huella,
las jóvenes discurran al camino;
al toque de centella,
al adobado vino,
emisiones de bálsamo divino.                  
  En la interior bodega
de mi amado bebí, y cuando salía,
por toda aquesta vega,
ya cosa no sabía
y el ganado perdí que antes seguía."
Y en tan beatífico estado de gracia, hubo charla con las cuñadas, comida y siesta. Por éso este post se escribe con tanto retraso. Y aquí paz y después gloria.

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