No siempre ha sido así. De hecho, antes era una fiesta. Llegar con tiempo sobrado a la estación para ver y oír los preparativos de la irrupción del tren. Y una vez en marcha dividir el tiempo entre el asiento, la cafetería y una de las plataformas. ¡Que divertido aquel café rodante! Y luego el placer único del cigarrillo entre vagón y vagón, viendo pasar campos, árboles, coches de las carreteras paralelas, palos del telégrafo, estaciones, pueblos y caseríos.
Así que escribo apático, como subido en una montaña rusa donde no se pueden dar gritos de emoción ni levantar los brazos, ni agitar las manos. Perdido el encanto, estoy deseando llegar. En uno de los asientos de la otra fila, un joven no puede esperar y se come el bocata. El olor a carne fiambre llena el vagón.
BlackBerry de movistar, allí donde estés está tu oficin@
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