domingo, 27 de mayo de 2012

El Todao 70 mm.


Soy la única persona sobre la faz de la tierra que recuerda algo, algo nimio tal vez pero que solo existe ya en mi mente y ningún otro hombre o mujer de los millones que pueblan el planeta, tiene memoria de semejante cosa. Por si este hecho no fuera lo suficientemente terrible, he llegado, de manera concomitante, a otra conclusión de incalculables consecuencias. Cada uno de los seres humanos, cuando ya ha vivido años más que suficientes y la madurez se aproxima a la vejez y aun a la decrepitud, es el sólo y único mortal en recordar algo. Naturalmente, no he hecho ningún estudio de campo y nadie debe pedirme pruebas o datos en los que me baso para tamaño aserto. Sé que éso es así y todos los que este post leyeren deben comulgar conmigo sin que les quepa otra opción que un sí unísono y monocorde.
Una aproximación epistemológica  nos dice que la trayectoria de la teoría es simple, tan simple como puede ser algo que tiene sus orígenes en un comentario del Facebook en el que yo mentaba el sistema cinematográfico conocido como Todao 70 mm. Conocí aquel invento en los años estudiantiles y las salas de proyección donde se empleaba lo anunciaban a bombo mientras que el platillo lo dejaban para la Refrigeración Baviera que mitigaba el rigor caluroso del verano de Sevilla. Era cosa sabida que las películas, físicamente, tenían un formato de 35 mm. Pues bien, el truco del Todao era que el film de celuloide tenía un ancho de 70 mm. Esto permitía, teóricamente, proyectar las imágenes animadas en grandiosas pantallas, sin merma de su calidad visual. No hace al caso si llegué a ver alguna película con estas características y, si la vi, no me acuerdo. Pero el run run de aquella muletilla del Todao 70 mm. quedó, en cambio, indeleblemente grabado en mi memoria.
Tengo la buena costumbre de que cuando surge algo de lo que no estoy suficientemente documentado, busco en el Google o en los libros de papel información sobre el tema. Por éso, me dispuse a recabar datos de cualquier pelaje sobre aquel Todao 70 mm. tan maravilloso. Así que le di caña al buscador pero fueron pasando las páginas sin que apareciera nada y casi todas las referencias eran para el objetivo de 70 mm. de las cámaras Nikon, el mismo que uso para las fotos que, a veces, adornan este blog. Cuando llegué a la página 13 o 14, di por terminada la búsqueda. Quedaba mucha morralla, por supuesto, pero soy de la opinión de que si, llegado a un punto del camino, no hemos encontrado lo buscado, es inútil seguir. En realidad, ésto es una extrapolación del consejo que lo doy a mis pacientes jóvenes cuando surge el tema de las noches perdularias: si son las dos o, a lo sumo, las tres de la madrugada y no has encontrado nada, no sigas buscando. Esa noche no es para ti y lo mejor que puedes hacer es irte a la cama. Se que muchas veces se busca la sorpresa, la emoción del último momento, el golpe de fortuna que hace que una noche que parecía perdida, de repente, se convierta en la noche de tu vida. Éso no ocurre nunca y solo se pierde el tiempo y el dinero consumiendo cubatas que te estragan el estómago y preludian un día siguiente de desabrida resaca y áspera desilusión.
Digo que, hecha una búsqueda razonable en el Google, di por seguro que nadie se acordaba ya del Todao 70 mm. Nadie, salvo yo, en toda la faz de la tierra. Por lo tanto soy depositario único de este saber y con tamaña responsabilidad debo vivir el resto de mis días. De esta conclusión, fue fácil escalar al corolario final que se enunciaba al principio y ahora repito: llega un momento de extraordinaria entidad vital en el que cada hombre y mujer es el único que recuerda algo. Y cuando el hombre o mujer mueran ese recuerdo se habrá perdido inexorablemente para siempre. Particularizando: cuando yo solo sea polvo enamorado, el Todao 70 mm. que una vez fue ya no será nada, ni siquiera polvo en el viento.
Que nadie llore por ésto. También las estrellas se apagarán y las cucarachas se extinguirán. Es ley de vida y muerte. Y, sobre todo, que nadie me contradiga. Me hace ilusión sostener esta teoría tan exquisitamente inútil. Sé que se puede alegar que si hubiese seguido buscando en el Google, si me hubiese tomado unos cuantos cubatas virtuales más en la discoteca aleatoria, al fin habría encontrado alguna referencia al Todao 70 mm. Es posible incluso que me fuera dado contactar con esa otra u otras personas que todavía lo recuerdan. Desgraciadamente, ésto no invalida la hipótesis que sostiene también como cosa cierta que esas personas morirán antes que yo. O es posible que yo muera antes que ellas porque la certeza de las hipótesis es baladí. Entonces el Todao 70 mm. quedará en la memoria de otro mientras que en la mía estará encerrado el farolero del Polo Norte. Y así se cumplirá mi último destino. Bien mirado, la vida del hombre sobre la tierra es tan deleznable que su pequeño momento de fulgor solo le permite tener la identidad, única e irrepetible, de ser tan solo él quien recuerda el biscúter, la gaseosa “La Molina”, la tinta china y el tiralíneas, los zapatos “Gorila”, Gigliola Cinquetti o a la torre Eiffel.