Supongo que casi todo el mundo lo conocerá pero es una buena introducción contar el chiste:
- La maestra: Jaimito ¿con qué mató David a Goliat?
- Jaimito: ¡¡Con una moto!!
- La maestra: Pero Jaimito, ¿cómo lo iba a matar con una moto? Lo mató con una honda
- Jaimito: ¡Ah! ¿es que había que decir la marca?
Independientemente de la gracia que el chiste pueda tener, lo que interesa es que me da la impresión de que, en la antigüedad, no existían las marcas al menos tal y como hoy las conocemos con su potencia de trademark. No, no hay constancia en la Biblia de la marca de la honda que usó David o la de las tijeras que manejó la pérfida Dalila para cortarle el pelo a Sansón. Ni Homero nos dice la del casco de Héctor, ni Julio César la de las sandalias que le liaban las piernas. Andando el tiempo, tampoco sabemos que logotipo tenía la bacía de Don Quijote o la gola de Felipe III. El Hamleto, en ninguno de su profundos parlamentos, nos permite conocer ningún nombre comercial del mortal licor que vertieron, con la más aviesas de las intenciones, en el conducto auditivo de su padre. Y éso que la industria farmacéutica y sus antecesores, que fabricaban tanto venenos como filtros de amor, han sido siempre muy suyos para la cosa de las patentes. Así que yo sepa, los inicios de las marcas registradas los tengo asociados a Bell con el teléfono, a Edison con la bombilla de incandescencia y a Morse con su código y los logotipos al perrito de “La voz de su amo” y a los gatitos de las sardinas en lata “Miau”.
Podría investigar en el tema pero, por ahora, no me interesa aunque no descarto una fiebre ulterior por saber. Lo que sí tengo claro, que es a lo que voy, es que las marcas registradas, el trademark, existen porque existe la falsificación. Un ejemplo más del bien y el mal que coexisten en el mundo y en la humana naturaleza aunque, en este caso concreto, hay que matizar mucho. Querer aprovechar el tirón del éxito conseguido por un prójimo aventajado es lógico. Una manera fácil de conseguir dinero, sin invertir y aventurarse primero y sin calentarse la cabeza. Sin embargo, en el momento presente, el fenómeno tiene unas curiosas características y existe un delicado equilibrio. Casi que podría hablarse de una cierta filantropía o, como decía la añosa canción, de mentiras piadosas.
Para mi (y, por tanto, para su ocurrencia en este blog) las fakes empezaron con los relojes ASEIKON y era yo ya estudiante, digamos que aventajado, de Medicina. Un compañero vino contando que había visto un reloj aSEIKOn. No sé si fueron figuraciones suyas porque, con el mucho estudiar, alucinaba o soy yo quien ha desfigurado la historia con el paso del tiempo, pero tal y como está en mi memoria, la marca del reloj aparecía en la esfera con una a y una n muy pequeñas en comparación con el resto de las letras. La intención del mistificador parece clara: hacer pasar aquel reloj por un auténtico SEIKO. Parece pero, en una aproximación más minuciosa, no está tan clara. Ante todo, un comprador que no fuera muy corto de vista, se daría cuenta en seguida de la falsía. Y luego está el hecho de que los SEIKO (dicho sea con todo el respeto hacia sus poseedores) no es un objeto de deseo hecho para unos pocos, cual Rolex de oro, sino un reloj mesocrático y aun popular. En este caso concreto, sí he hecho una pequeña investigación de las llamadas on-line y he aprendido que los relojes ASEIKON existieron por derecho propio. Fabricados en la antigua República Democrática Alemana bajo influjo ruso y con materiales baratos, tenían entidad propia. No querían imitar a nadie solo que algún comisario político les puso ese nombre, salieron así al mercado en libre competencia y punto. Parece ser que luego algún revendedor callejero les borró la a y la n y aquí ya si hubo dolo.
Y ahora estamos en una situación ambigua. Por un lado está la falsificación pura y dura o el mercado negro que es delito perseguible y punible. Así que ese campo quede para la policía especializada. Lo que a mi me interesa es lo que antes decía que considero un fenómeno filantrópico o de mentiras piadosas. Me refiero a las hábiles manipulaciones de la marca o del logotipo que traen a la memoria una firma buena pero que no lo son ni nadie cree que lo sean. Pongamos un ejemplo paradigmático. Existe la marca de ropa deportiva Acliclas. Como la tipografía bloguera no permite filigranas, haga el lector un esfuerzo y una mentalmente las c y las l en una sola letra. Pues ése es el resultado.
Pero aquí nadie engaña ni es engañado. Se va al mercadillo callejero o al chino, como el cercano de Santo Ángel, donde el vendedor sabe lo que vende y el comprador lo que compra, se adquiere el chandal y uno se lo pone tan contento. Bueno, en realidad, un poco menos contento que si llevara un auténtico Adidas pero el haberlo comprado a un precio muy inferior al original le compensa con creces. Por éso, aunque un tanto idealista, me ratifico en la creencia de que solo una filantropía, un Amor a la Humanidad, es la que hace estos registros baratos y asequibles para que encontremos consuelo dentro de la penuria. Y es así como nace y esplendorea la marca “LA PAVA”. Digna de todos los elogios y conocida también como “EL COMETA”, “EL AVIÓN”, “LA ESCOBA”, “LA BELLOTA” y todas las posibles variantes locales, nos permite a los de querer y no poder sumirnos en un mundo de oropel, quincalla y lentejuelas. No es oro todo lo que reluce y bien lo sabemos pero dejadnos con esta ilusión de ir como la gente guapa, de adquirir lo que nos está vedado, de lucir como una estrella sin serlo. Solo una nube empaña tanto cielo azul y es la posibilidad de que esta mercadería esté hecha con trabajo infantil o esclavo. Pero parece ser que los buenos tampoco son ajenos a esta pega por lo que, en el juego, están empatados.
Y no hay que olvidar que hay un campo terrible de engaños y falsedades, un campo cruel como ninguno de etiquetas borrosas y de mentiras que no son piadosas, donde ni la policía puede entrar y donde no hay juez que sentencie. Porque están los falsos besos y el amor engañoso, los labios que se ofrecen como sinceros y las caricias que simulan auténtica ternura. Así se lo han reprochado los hombres a las mujeres y las mujeres a los hombres desde que el mundo es mundo. Quizás solo la bien pagá y su amante se libren de ésto pero aquí el trato fue que los besos se pagaran con dinero y, al final, la sociedad mercantil fracasó. Afortunadamente la madurez nos libra de espantos y sabedores ya de la verdad contemplamos con igual benevolencia al paisano con su chandal Acliclas o a la pareja que, al atardecer, camina cogidos de la mano por las orillas del Sena que pasa por todos los pueblos.
Addendum de última hora: Veo, poco antes de publicar esta entrada, ésta otra de un blog que acabo de conocer y que parece muy bueno. ¡Atención a la marca del aparato del que se habla!
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