El cura no te quería casar. Eres un mutilado a todos los efectos, no lo olvides. Te ayudó el médico, quizás también por compasión. Celebraste tu boda. Aquella madrugada te levantaste como pudiste y limaste cuidadosamente la punta de la bala. Sabías que solo tendrías una oportunidad. Eras un novio ridículo en aquella silla de ruedas y, aunque alguien la engrasó, sus mecanismos chirriaron camino del altar. Luego los amigos, los antiguos conmilitones, te llevaron a casa. Disimularon, pero pudisteis oír sus risitas irónicas mientras te dejaban en la alcoba a solas con ella.
Tu mujer se sentó en el borde de la cama esperando algo. Miraste fijamente tus zapatos ortopédicos en aquellos pies inútiles. Luego la miraste a ella y pusiste el libro de familia encima de la mesilla.
- Te voy a hacer el regalo de bodas que te prometí.
Entonces sacaste tu pistola del cinturón, metiste el cañón en tu boca y dispareste. Curiosamente, uno de los fragmentos de material encefálico que salpicó la pared, tenía una rudimentaria forma de corazón.
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