domingo, 2 de septiembre de 2012

El post de la luz eléctrica.


De ésto han pasado ya bastantes años. Coincidí con J.S., paciente mío, en el vestíbulo del aeropuerto de Alicante cuando a mi, con curiosidad pueblerina, todavía me gustaba ir a lugares cosmopolitas. Afortunadamente, ninguno de los dos teníamos que volar. Él había acudido para esperar a un socio (éso, al menos, fue lo que me dijo) que venía de Barcelona. Yo para tomar un café desoficiado viendo el ir y venir de la gente y las simples anécdotas divertidas que suele generar el acúmulo presuroso de seres humanos. Hay que añadir que, en aquel tiempo, la dura lex aún permitía continuar el café con el cigarrillo meditabundo sobre los avatares de la multitud políglota por lo que el tan corto como ocioso viaje merecía la pena. J.S. y yo estuvimos sentados un rato y en distendida conversación pudimos hablar casi de todo haciendo oídos sordos a la megafonía que anunciaba salidas y llegadas que no nos interesaban.

Y en esta conversación, mi paciente se mostró quejoso con sus hijos. Al parecer, no estaban por la labor de estudiar ni de trabajar y se dedicaban a holgazanear o a aventuras de poco fuste y productividad. Abundó en la idea de que no mostraban ningún sentido de responsabilidad o resquemor por el tiempo perdido e ilustró esta actitud con una especie de apólogo que me gusta repetir, como ahora lo repito aquí. Así dijo: “Le dan al botón de la luz, la luz se enciende y dicen ¡qué bien, se ha encendido la luz!, abren el frigorífico, se lo encuentran lleno y dicen ¡qué bien, el frigorífico está lleno!, mueven el grifo, sale agua y dicen ¡qué bien, abro el grifo y sale agua!”. No había, pues, en estos hijos ninguna curiosidad por saber cómo se conseguía el aparente milagro de la luz, el frigorífico y el agua del grifo e ignoraban o les interesaba ignorar que, detrás de los prodigios, había muchas personas y mucho trabajo frecuentemente ingrato, rutinario y mal pagado.

Me quedé en la memoria con el cuento que, andando los años, he singularizado en la luz eléctrica. Realmente es fácil accionar cualquier aparato eléctrico y que éste nos preste servicio y basta con un leve gesto sobre el interruptor para que la estancia se ilumine al instante. Sin embargo, este elogio de la técnica quizás no sea compartido por todos. Los poetas, los enamorados y algún que otro santón pueden disentir. Ya Chamizo, el poeta castúo de Extremadura, nos advierte que la Virgen de la procesión de Guareña posiblemente prefiera las velas a la luz eléctrica:

“ Y pa mí qu’a Ella no debía gustale
la lus elertrina pa que l’alumbrara;
¡la lus elertrina, tan seria, tan fosca,
con sus alambraos y sus maquinarias,
y con sus celipas y con sus tornillos
que d’un gorpe encienden y d’un gorpe apagan!

Y, haciendo un quiebro mental, no hay que dejar de recordar que esa luz eléctrica esta indisolublemente unida a su factura y así nos lo recuerda el viejo chiste:

“Un viejo moribundo está en la cama rodeado de toda su familia y los va llamando con voz trémula ¡Josefa! Si, esposo mío, aquí estoy a tu lado. ¡Juanito! Si, padre, aquí estoy. ¡Pepita! Estoy a tu lado, papá. ¡Manolito! Dime, padre, dime, soy el que te tiene cogida la mano...Y a ésto, el padre moribundo estalla...¡Coño, pues si estáis todos aquí...! ¿qué hace la luz de la cocina encendida?"

Haciendo abstracción de poetas, enamorados en noches de vino y rosas a la luz de las velas, santones antitransformadores y viejos avaros, debemos admirar la comodidad que, para todo, supone disponer de corriente eléctrica. Con ella funcionan innumeros aparatos y todos nos facilitan la vida si bien es cierto que, en bastantes ocasiones, esa facilidad consiste en tener que hacer lo que no hay ninguna necesidad de hacer. De todas formas, sería bueno aprovechar el momento sublime de enchufar la batidora para preparar una mayonesa casera o el cortafiambres que iguala comunalmente las lonchas de mortadela, para entrar en una onda de filantropía universal, lo que precisamente no hacían los hijos de J.S. Yo sí lo hago cuando enciendo el negatoscopio de mi consulta que la providencia del Seguro compró en la "Fundación García Muñoz". Un simple clic torna la pantalla de un blanco opalescente que me permitirá apreciar, por transparencia, las vértebras artrósicas, la costilla fracturada o simplemente el marco colónico con sus haustras repleto de gases. Pero, antes de adentrarse en la ciencia y arte de la imagen, hay otro rápido clic de la inteligencia que me lleva a pensar en aquel obrero que se subió al palo de la luz para tender la catenaria de cables. Y así, hermanados todos en la aureola luminiscente, hay otro clic para protestar por las condiciones de trabajo y el salario mermado y al grano.

Y ahora que la “famélica legión” ha sido arrojada de la cobertura médica es necesario pensar si no será peor que ésto quedarse sin luz eléctrica. Al fin y al cabo, los médicos siempre hemos sido más difíciles de entender y manejar que la bombilla y su interruptor. Pero la enfermedad es mala y nos vuelve flacos. Por éso, aunque J.S. no lo dijo aquella mañana del aeropuerto de Alicante, lo añado yo en su nombre: “¡qué bien! pido cita y me dan cita para el médico”.

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