domingo, 27 de febrero de 2011

The Man on the Moon.

It is possible that the man has been on the Moon. I d’ont know. Pero estoy completamente seguro de que el hombre no ha estado nunca en la Luna. Viene esto a cuento de que me he enterado por el Facebook (que, junto a los comentarios de los correveidile, es el medio por el que me entero ahora de las cosas) de que el Discovery va a hacer su misión STS-133 y última y que llevaba fotos de aquel o aquella que hubiese tenido a bien mandarla. Al regreso, la NASA enviará al astronauta virtual un certificado de viaje. Antes me hacían mucha ilusión estas cosas y, posiblemente, si me hubiese enterado a tiempo, bien por el Facebook, bien por el correveidile, yo también hubiese mandado mi foto. Pero no me enteré y no tengo ahora ninguna profunda desazón. Creo que a las estrellas y a la Luna les importa poco mi efímero paso por el Universo. En la actualidad, estos cuerpos astrales y yo mantenemos un entente cordiale: ni a ellas les preocupa que yo fume ni yo me fijo en si se han salido de su exacta posición en la bóveda celeste. Además, con las cervicales quejumbrosas, como tanto les gusta repetir a mis enfermos, no están las cosas para mirar a la inmensidad del cielo nocturno.

No siempre ha sido así. Cuando aquel 20 de julio de 1.969 se nos dijo que el hombre iba a pisar la Luna, mi padre nos levantó a todos de la cama para presenciar el evento televisado en blanco y negro que tuvo lugar durante la madrugada española. No lo hice a regañadientes sino muy gustoso. Yo estaba ilusionado con ver aquel acontecimiento y no me importó dejar la cama para hacer corro familiar en torno al televisor marca Iberia que se alimentaba a través de un estabilizador encargado de suavizar los altibajos de una corriente eléctrica precaria. Más aun. De niño decía que quería estudiar aquella disciplina que me permitiese lanzar cohetes al espacio. Mi padre me explicó que aquello era cuestión de muchas personas cada uno con sus saberes y que no existía una carrera específica de Tirador de Cohetes Espaciales. Me dijo más, que incluso eran necesario médicos para que todo funcionase correctamente. Pero aquello me dejó frío. Yo no quería auscultar astronautas. Yo lo que quería era preparar la pólvora y arrimar luego la mecha encendida a las toberas para que el ingenio empezase a rugir y a echar fuego y humo y luego se elevase mayestático hacia un más allá desconocido. A pesar de todo, más tarde decidí hacerme médico y se me olvidó presentar mi curriculum a la NASA.
El caso es que estaba convencido de que el hombre pisó la Luna y dejo allí sus huellas y la bandera de los Estado Unidos de América del Norte. El primero que me hizo dudar fue un humilde vendedor de pipas. Cuando los astronautas del Apolo XIII tuvieron un problema, yo estudiaba Preu en el colegio de los jesuitas. Se nos permitía salir al jardín ¡¡a fumar!! y aprovechando la coyuntura, el buen hombre se colocaba extramuros con su canasto de chucherías baratas. Hasta aquel nos acercábamos el grupo de amigos comentando el suceso espacial por lo que el vendedor de pipas se vio obligado a decirnos:

- ¿Y vosotros os creéis éso? ¡Ni han llegado nunca a la Luna...ni llegarán!
- Hombre, no sea usted así. ¡Claro que han llegado! Los americanos tienen mucha técnica
- ¡Qué os lo digo yo! ¡Ni han llegado...ni llegarán!

Espantados de lo que consideramos incultura y patria cerrazón mental, cogimos las pipas y seguimos dándole vueltas al tema.
Años más tarde, me contaron la graciosa ocurrencia de una viejecita. Cuando una noche le dijeron: "Abuela, ¡hay un hombre en la Luna!" la buena mujer salió a la calle, miró y remiró a la Luna a pesar de sus cervicales quejumbrosas y, después de examinarla un rato, se volvió al entusiasta comunicador para decirle: "Pues yo no veo a ningún hombre en la Luna"...Es evidente. Si alguna vez hubiese habido un hombre en la Luna, lo tendríamos que haber visto.¿O no?
Poco a poco, estos razonamientos tan convincentes, se iban abriendo paso en mis mientes y al cabo, empecé a dudar pensando que de Méliès a Holliwood solo hay un paso. Paralelamente, se me fueron quitando las ganas de lanzar cohetes al espacio y gracias a mis nuevos conocimientos médicos, me iba haciendo más introspectivo y mi interés se centró en el hombre. Fui dejando de mirar a las estrellas y a la Luna para mirar a los ojos de las personas. Por último, me convenció el capitán Haddock. Yo seguía creyendo que, si no los americanos, sí Tintín, él y Milú habían estado en la Luna provistos de unas bonitas escafandras. Pero una noche, bebiendo whisky en una taberna del puerto de Hamburgo, Haddock se bebió el vaso de un trago, se limpió la boca y la barba con el dorso de la mano,  bajó la voz para que solo le oyese yo y me dijo que no, que se habían inventado la historia e incluso la habían llegado a dibujar pero que aquel cohete pintado a cuadros no llegó ni a despegar.
Y así están las cosas. Formo parte de esa inmensa minoría que afirma que el hombre nunca ha llegado a la Luna o -como la indiferencia es peor que la negación- de los que se encojen de hombros cuando le hablan de tal posibilidad. Nosotros, unidos a los que no tienen tiempo de ocuparse de semejante disquisición porque lo único que les preocupa es conseguir el bocadillo o el puñado de arroz para sobrevivir, somos inmensa mayoría. No es que haga de ésto un credo de fe. Si para seguir cobrando la nómina me exigiesen que afirmase lo contrario, tal cual lo afirmaría sin ambages. En cambio, le sacaría la lengua y hasta le haría un corte de mangas a quien me dijera que la Carretera de Santa Catalina no existe. Y es que estas cosas que están sobre la tierra me interesan ahora más y no necesito más viaje que el que hago en el bus 6 hasta Murcia para ver los escaparates al ras del suelo. ¿Y la Luna? Pues eso...¡ah, la Luna, la Luna!

domingo, 20 de febrero de 2011

Los candados del Puente Viejo.

Es un dicho popular que "cada santo tiene su octava". En sentido literal, no es cierto. Litúrgicamente no hay más octavas que las de Pascua y Navidad y ésta última, por ser inferior a la primera, se suele denominar infraoctava. Pero es cierto que, en sentido figurado, la expresión equivale a algo así como más vale tarde que nunca y se emplea cuando se felicita a alguien con retraso. Así pues, San Valentín se celebra el 14 de febrero y punto pero ha ocurrido un hecho que debo contar y me acojo a una hipotética octava para seguir hablando del amor y de los enamorados.

Hace pocos días, vine al conocimiento de la existencia de los llamados "candados del amor" Y ¿cómo puede ser que yo no supiera que semejante cosa existía? Incomprensible pero no, no lo sabía. Fue el pasado miércoles, cruzando el Puente Viejo de Murcia, cuando mi mujer me hizo reparar en ellos y me adentró en su historia. Así que la parejita se provee de un candado, escribe en él sus nombres y una fecha simbólica, lo coloca cerrándolo en alguna parte del puente y tira la llave al agua. Y ya está. ¡Ahí es nada! Porque el trasfondo del hecho es tan fácil de dilucidar como terrible de asumir: las llaves están perdidas para siempre, el candado permanecerá cerrado para siempre y nuestro amor y nuestra unión duraran para siempre. Y este candado bloqueado para toda la eternidad será el testigo inamovible y fiel. Repito: ¡ahí es nada!

Y cabe preguntarse sobre este ritual si, al igual que las cartas de amor, es ridículo. Puede que haya quien lo haga de una manera sportive, como algo que está de moda y queda como que guay. Pero me malicio que muchos candadistas harán la ceremonia completamente en serio, creyéndose que realmente la pasión quedará aherrojada en sus corazones. Y ¿es ésto posible? Como esta pregunta no tiene respuesta, podemos hacernos otras también complejas pero que, al menos, tienen esperanza razonable de una solución. Vayamos viendo las fotos...


¿Quienes son Natalia y Fernando? Son personajes reales, sin duda. Pero ¿me los habré cruzado alguna vez por la calle sin conocerlos? ¿Son los que iban discutiendo? ¿O los que se estaban besando desconsoladamente en un banco? Y ¿qué pasó el 04-06-04? ¿Se dieron el primer beso? ¿Se declararon su amor mutuo? ¿Al chico le permitieron entrar en casa de ella? En nebulosa, la sardina pétrea sigue arrojando su chorro de agua que vuelve a caer al río en cuyo lecho reposan las llaves for ever.


Y éstos ¿por qué eligieron un candado herrumbroso como dicen los profanos que es el hierro que contamina el tétanos? ¿Y si se rozaron al cerrarlo, se hicieron una heridita y tuvieron que ir a vacunarse? No hay nombres ni fecha sobre el orín o quizás los borró el tiempo. Creo que alguna benemérita asociación de consumidores se debía de hacer cargo de la denuncia por la mala calidad del material en caso de que éste fuera nuevo.


Toñi y Ángela, en mi opinión, han hecho trampa. Han cerrado el candado pero lo han asegurado al puente valiéndose de una brida de plástico ¡Así cualquiera! Cuando el amor se apague o la deslealtad lo amargue, no hay más que cortar la brida y retirar el candado. Crimen sin huellas ¿O no? ¿Son unos estetas y lo querían así, recortándose sobre el fondo de aguas turbias y, a veces, turbulentas.


Éste -o ésta- escribe en italiano "Ti amo" y la fecha es la del 14-02-11, último San Valentín. No hay nombres y el día escogido es un tanto convencional ¿Será un amor platónico, una amada o amado etéreo, incopóreo, intangible o, simplemente, inalcanzable?


Del nombre de la chica, solo se leen iniciales ¿una amante tímida? ¿o no es una sino uno? Quizás un amor que quiere ser libre y empieza a salir del armario.



El más bonito. Oro y plata destacan sobre el negro hierro de las barandas del puente. Los nombre y la fecha no están escritos con rotulador sino grabados como un tatuaje. Indelebles. Punzón que ahondó sobre el metal como el amor ahondó en los corazones. ¿O es que Lorena o Miguel trabajan en una joyería y decidieron aprovechar la coyuntura?



El más curioso. "Para siempre juntos. Con vosotros todo es distinto" Así reza la inscripción y, en la argolla, parece haber escrito varios nombres, más de dos. Y ésto ¿qué es? ¿un ménage à trois? No, hay más de tres nombres ¿estamos ante una relación orgiástica, una cama redonda enorme? Quizás sea solo un grupo de amigos que ha aprovechado el tirón de la costumbre pero ¿por qué habla uno dirigiéndose a los demás?

Quede así la cosa y queden los candados en el puente y que no me vengan los municipales a quitarlos. Y que ningún concejal ñoño diga que ese no sitio para conjuras de enamorados y que ninguna asociación de vecinos, igualmente ñoña, lo apoye. Dejadlos estar. ¡Ojalá todo el daño que se hicieran sea acerrojar un candado con dos nombres y una fecha y tirar las llaves al río!

domingo, 13 de febrero de 2011

Carta de Amor.

Mañana es San Valentín, Día de los Enamorados. No entraré en tan zafias como aburridas consideraciones sobre si ésto es un invento comercial para vender más. Detesto por igual al pasteloso y melifluo enamorado, como al desabrido que le dice a la chica que, puesto que tiene la tarjeta de compras que paga él, que se vaya a El Corte Inglés y se compre lo que quiera. Ambos personajes son maltratadores en ciernes y solo esperan la ocasión propicia o aparentemente disculpadora. Pero creo que debe de quedar claro que el amor es un sentimiento tan grandioso como endeble y tan universal como particular y que merece nuestra atención.
Y nada mejor para conmemorar la celebración que escribir una carta de amor, en este caso una carta de amor sine materia. Así que busco en mi “Catálogo de Cartas de Amor” que ahora está encuadernado con gusanito y con unas tapas en cartulina de color mostaza y encuentro el modelo CA-143b que paso a copiar:
"Querida mía:
Siempre te preguntaste por que me gustan los mapas. Yo te decía que me sirven para conocer ciudades en las que nunca he estado, o para saber el curso de los ríos o dónde se encuentran las montañas. O dónde hay un puerto con barcos a los que, posiblemente nunca suba. Pero ahora es tiempo cumplido y debo decirte que la única utilidad de los mapas es discernir cual es el verdadero e inexorable camino que me lleve hasta ti.
Miro las líneas rojas y amarillas que simulan carreteras y autopistas y miro los circulitos con el nombre de los distintos pueblos. Miro hasta que los ojos se tornan espesos y la visión borrosa. Y en todos los mapas que pasan por mis manos solo quiero encontrar alguna señal inequívoca de donde estás. Porque los geógrafos y aventureros que triangularon la superficie de la tierra para determinar la longitud del metro, los que, tiempo después, hicieron señales luminosas en la oscuridad de la noche desde los puntos geodésicos, los que horadaron las montañas para construir túneles o cruzaron las lenguas de mar con viaductos de vértigo, los que levantaron los mapas y pintaron circulitos con nombres y líneas rojas y amarillas, todos no han hecho otra cosa que intentar descubrirme tu lugar. Tal vez algún día encuentre ese camino en algún mapa y un circulito con nombre se iluminará destacándose inconmensurablemente sobre los demás. 
Y cuando recorra la línea roja o amarilla y llegue al circulito iluminado, una invasión de la selva se comerá las carreteras, los túneles se hundirán y los puentes se vendrán abajo. Y en los mapas se borraran los circulitos con nombre y las líneas rojas o amarillas y el papel se quedará en blanco para siempre. Porque ya no habrá más viaje posible, ni más retorno ni más mudanza. Solo una segunda eternidad inamovible hecha con el tiempo tan largamente perdido. Y cuando llegue el beso del olvido, todas las estrellas ocuparán su punto exacto en el firmamento, todas las hojas de todos los árboles quedarán en la posición ideal y todas las olas de todos los mares romperán a la altura prevista del acantilado. Porque todas las estrellas, las hojas y las olas solo fueron creadas para servir de escenario a un único beso incuestionable de la plenitud del amor.
Siempre tuyo. Manuel."
¡Aaaah! ¡Pues ya está! Quede ahí la carta de amor, tan ridícula como decía Pessoa que lo eran todas y cierro y guardo para otra ocasión mi “Catálogo de Cartas de Amor”. Tendría que corregir este modelo CA-143b. Según las anotaciones manuscritas en el margen, lo escribí por primera vez en 1849 para una buscadora de oro en California que terminó muriendo de cólera y lo empleé por última vez en 1942 dirigido a una enfermera. Nunca tuve contestación de ésta pues murió en uno de los bombardeos de Hamburgo. Ahora, aparte de los mapas de papel, tendría que hablar de Google Maps, del GPS, sus satélites y sus navegadores. Así que, ya con cierta desgana, digo que también saldrían en los ordenadores el mensaje de “No se puede mostrar la página” y que los satélites geoestacionarios chocarían unos contra otros convirtiéndose en chatarra y los navegadores de los coches explotarían. De todas formas y al margen de la carta de amor modelo CA-143b, nada de éso me es necesario ya para ir a tomar café hasta el Willow o el Único 29 en el inicio de la carretera de Santa Catalina que es lo que en verdad me apetece en esta mañana de domingo que se prevé soleada.

domingo, 6 de febrero de 2011

Atracciones de feria.

Lo indispensable era estar tocado con un fez. Quizás también un chalequillo con arabescos dorados sobre una camisa presumiblemente sucia pero nada como el fez, con su borlilla oscilante, daba la prestancia necesaria para hacer correcta y ortodoxamente pinchitos morunos. Luego vendría el infiernillo, una especie de caja de zapatos metálica, en cuyo fondo estaban las brasas periódicamente azuzadas. Y sobre ambos bordes se tendían los breves espetones con sus presas de carne ignota que quedaban así al alcance de la acción de las brasas. Al lado del ingenio calorífico, en un barreño de plástico, estaba los trozos de carne cortados a un tamaño adecuado y, sobre todo, empapándose de aquellas yerbas y de aquellas especies de arcaica receta que eran, las que en puridad, conferían al pinchito la categoría de moruno. Luego el hombre tocado con un fez, las ensartaba en el pequeño espetón metálico reutilizable, las colocaba sobre el infiernillo y las braseaba hasta el punto óptimo. Todo ello con el bailoteo de la borlilla y los aleteos del chalequillo de arabescos y en adecuada sincronía con el colega de la barra que atendía directamente a la clientela y tiraba las cañas.

Y andando unos metros, nos encontrábamos una instalación más grande, con un kiosco y una terraza separada del común por una valla porque aquí era ya cuestión de sentarse. Un olor entonces novedoso nos atraía y en la pizarra-reclamo leíamos la novedad: "Pollo a l'ast 199 ptas.". Escrito así, en un trompe l'oeil ingenuo pero, a veces, eficaz. Y es que las ferias siempre han sido lugares propios para la engañifa y la falsa ilusión, el crecepelos milagroso y el sacamuelas indoloro, el monstruo y la tómbola. Pero el pollo a l'ast al fin y al cabo podías tenerlo en la mano y dar de comer a la familia o a la panda de amigos entre risotadas aburridas, música estruendosa y zapatos llenos de polvo. También tenía yerbas de secreta procedencia que la daban el sabor sui generis y hacían fácil su ingestión. Lo terminabas con las comisuras de los labios llenas de grasa y las manos pringadas, pero feliz, casi como después de un banquete tribal.

Así era. El pinchito moruno y el pollo a l'ast comenzaron su andadura mundana como atracciones de feria, en casetas de quita y pon. Así los conocí yo en mi juventud como, en su momento, conocí al cinematógrafo, al Hombre Elefante y a la Mujer Barbuda, al barracón con fetos y engendros de la naturaleza, a los espejos que deformaban la figura y a los tragasables que venían de la India. Este batiburrillo nunca fue de mi agrado y sigue sin serlo. No me gustaba el algodón de azúcar, ni las manzanas caramelizadas, ni los pirulís de La Habana. Crecidos ya los niños, hace muchos años que no voy a una feria y no sé que nuevas y vertiginosas norias y montañas rusas habrá en el real. Sí sé que, afortunadamente, el Hombre Elefante y la Mujer Barbuda han sido rescatados de su ignominia. También sé que el cinematógrafo se ha dignificado y aun ennoblecido pero, en este caso, injustificadamente. Nunca debió salir del barracón de feria que era como a mi me gustaba, divertidas aunque fútiles películas de corta duración y en las que no había que pensar. Así se lo dije a los hermanos Lumière una tarde en el Grand Cafe mientras les explicaba algunas nociones de medicina ya que Auguste mostraba mucho interés por ella. Ni siquiera quiero ver el cine en casa como creo que permite la pantalla del televisor pues me parece tan atrabiliario como tener a la Mujer Barbuda decorativamente sentada en el sofá.

El pinchito moruno y el pollo a l'ast han corrido distinta suerte desde sus orígenes feriales. El primero prácticamente ha desaparecido como tal. Tal vez, ofrezcan en los bares pinchitos o, más finamente, brochetas pero éso es otra cosa. Y si raramente dicen las palabras mágicas, pinchitos morunos, hago oídos sordos y me muerdo la lengua para no preguntar si los trozos de carne son ignotos, si están en un barreño de plástico embebiéndose de hierbas y especies de arcaica receta, si son asados en un infiernillo en forma de caja de zapatos y, sobre todo, si el cocinero está tocado con un fez ya que es todo ésto lo que les otorga la morunidad. Me callo porque sé que a los camareros no les gusta que se les pregunte por los intríngulis de la cocina y pido prudentemente una magra con tomate. El pollo a l'ast abandonó las ferias y, como el cinematógrafo, se ha dignificado. Ahora se llama pollo asado y se aliña con sabores más suaves y estandarizados. Se venden en los asaderos de pollo a los que se llega por el rótulo y por el olor que sigue siendo sui generis. Comida para llevar a casa, para los domingos de asueto y para la visita imprevista, se ha aliado con la pizza y se acompaña con bolsas de patatas como las "Cerezuela" que ofrecen en el "Asadero de Pollos Neme" y que hacen en Vélez Rubio.

Es posible que el régimen de pensiones se hunda y que, en su día, deje de percibir la que corresponda a mi cotización a los seguros sociales. Que nadie se extrañe pues si, en el siglo XXIII, me ve como atracción de feria como "¡¡The Man who Smokes!!", anunciado como antaño lo fueron el pinchito moruno y el pollo a l'ast. Me dará cierta pena de mí mismo si tengo que recurrir a esta artimaña y recorrer así las ferias interplanetarias. Pero tengo el consuelo cierto de que, en algún circo paralelo, viajará la anunciada como "¡¡The Woman who Smokes!!" y ya el romance está servido y, además, saldremos en el cinematógrafo.